El carnaval en Uruguay es la válvula de escape de todos nuestros complejos individuales y sobre todo colectivos, es la terapia de grupo más colorida y loca del mundo. ¿Qué sería del Uruguay sin carnaval?
No me refiero al vació que habría en esos 40 días de desfiles oficiales, llamadas, ruedas de concurso en el Teatro de Verano, desfiles en las ciudades del interior, actuaciones en los tablados en los clubes y esquinas de los barrios y, previamente los ensayos en clubes deportivos, cantinas y sindicatos. ¿Qué sería la televisión uruguaya sin la competencia disputada hasta el último aliento para tratar de reflejar lo irreflejable, el carnaval oriental.
El carnaval ha sido siempre una termómetro de las capacidades histriónicas de una parte importante de la población nacional, de sus voces, de su ingenio para crear letras, chistes, bromas pesadas, tomarle el pelo a los políticos, a los gobernantes, a los deportistas y a los propios carnavaleros. Que sería de los miles y miles de diseñadores, costureras, maquilladores, constructores de tamboriles, asistentes de todo tipo que acompañan a los conjuntos, choferes de camiones y luego de ómnibus. Algo cobran pero, seguro, absolutamente seguro que no lo hacen por plata. Lo hacen por el carnaval, para vivirlo, para contarlo, para llevarlo en la sangre, en las gargantas, en las manos repiquetonas, en los pies. En el alma.
¿Sin el carnaval que haríamos los políticos y periodistas uruguayos? ¿Cómo mediríamos el humor social, las sensibilidades, las broncas y la valentía que viene desde abajo? ¿Por las encuestas? Naa....
El carnaval tiene 5000 años y su paternidad o maternidad se la disputan muchas civilizaciones, su transporte a estas tierras de América la hicieron los españoles y portugueses, pero sin el aporte obligado y originalmente esclavizado de los habitantes de África no habría carnaval por estas tierras.
El carnaval debe renovarse todos los años, es por lo tanto un espacio de renovación permanente, cosa que en este país no es fácil, es además una mirada soñadora, lírica, ácida con los pies en el suelo y las cabezas en el cielo, entre las nubes.
Tengo tempranos recuerdos del Carnaval cuando mi viejo me llevó a un tablado en el año 1956, tenía 8 años y nunca en mi vida porteña o italiana había visto nada parecido. Gente mayor dirviendose como niños, meneándose y cantando sobre un escenario. No puedo acordarme donde estaba el escenario. Antes había visto el desfile oficial desde el balcón de la pensión donde mi madre se alojaba cuando nos visitaba. Estaba en 18 de Julio entre Río Branco y Convención. Me quedé con la boca abierta.
No podía creer que gente mayor se tomara el trabajo de disfrazarse, pintarse, aprenderse las músicas y las letras y desfilar toda una noche para que otros los aplaudieran a rabiar o con poco entusiasmo. Y mucha agua y papelitos que se te pegaban a la cara y los escupías toda la noche. Y cabezudos que trataban de asustarte. Eso fue cuando bajamos del balcón y nos mezclamos con la gente. Una gente con los ojos brillosos y no por las lágrimas.
La felicidad, esos instantes tan fugaces en la vida, en cada lugar del mundo tienen momentos de explosión, en el Uruguay la felicidad sería imposible para miles y miles de uruguayos sin su carnaval.
Varios años después me reencontré con el carnaval en La Teja, en la Federación Obrera de la Industria del Vidrio la FOIV, una entidad seria y señera, donde su presidente el gallego Antonio Iglesias era el director, el dueño - nunca supe bien que- de la murga Los Diablos Verdes. Había murga y carnaval con calma chicha, con huelgas, con medidas de seguridad, con atentados, con presos, con lo que fuera. Murga y carnaval hubo siempre, porque es la más resistente de todas las actividades nacionales.
Hace poco alguien dijo que el Frente Amplio ganó las elecciones gracias a las murgas, yo digo que los primeros casettes que escuché de música contra la dictadura fueron de conjuntos del carnaval, después escuché el canto popular.
Un gran político uruguayo, el Wilson dijo que el Uruguay era una "comunidad espiritual", puede resultar una definición vaga, imprecisa, pero cuando se trata de llevarla a la ondulada tierra oriental, el carnaval siempre formará parte de esa comunidad y de ese espíritu.
Los uruguayos somos más carnavaleros que tangueros, que rockeros, que cumbieros y no me atrevo a decir que somos más que futboleros. Mejor dicho, van de la mano el fútbol y el carnaval.
El carnaval es donde se encuentran y disputan amistosamente los de Peñarol y Nacional y los demás cuadros de fútbol, de básquet y de rugby, los de todos los partidos políticos, los blancos, los afro, los judíos, los armenios, los del interior y de Montevideo. Es una unanimidad con excepciones. Hay que aceptar que nos damos el lujo de que haya gente que rechaza vigorosamente el carnaval.
No vayan a creer que no hay divisiones, se producen y son profundas, entre las diferentes murgas, conjuntos lubolos, las diversas agrupaciones de Montevideo y el interior tienen sus partidarios y sus fanáticos.
El carnaval es una de las mayores diferencias con nuestros vecinos. Nada se parece al carnaval oriental, casi que fue por eso que no se pudo concretar el sueño de las provincias unidas. No tenemos nada que ver con el carnaval del litoral argentino. Nada.
En el carnaval desde que yo lo conozco nunca hubo discriminación contra nadie, tuviera la opción que tuviera, al contrario era un momento de liberación de las pasiones y los miedos, de salir de todos los armarios y ahora a algunos iluminados se les ocurre suprimir las reinas como "símbolos" y crear las "figuras", que desfilan en un triste carro, mientras atrás marchan diez cuadras de mujeres esculturales y simbólicas, y se repiten al otro día en las escolas do zamba. En el carnaval no había ridículo, cada uno podía elegir ponerse y cantar o gritar lo que quisiera, ahora lograron inventar el ridículo.
El carnaval uruguayo, oriental, es un enorme esfuerzo productivo, financiero, de ingenio, de creatividad, de mucho trabajo, que dura mucho más que los 40 días de febrero y marzo. En realidad dura casi todo el año.
No hay nada menos burocrático, menos "estatal", menos manejable que el carnaval, porque es sobre todo un desborde, un exceso. La vida necesita esos desbordes.
(di POR ESTEBAN VALENTI, Periodista, escritor, coordinador de Bitácora, director de Agencia de Noticias Uypress)