Terminaron las elecciones nacionales. Ganó una fórmula y necesariamente perdió la otra. Estuvimos casi un año en la parrilla o en las brasas de la campaña electoral. Un poco larga ¿no? En tres meses se cumplirán los actos de traspaso del Poder Ejecutivo y 15 días antes de los legisladores. Nada nuevo bajo este cielo, que desde hace 35 años nos acostumbró a la más absoluta normalidad institucional y al pleno funcionamiento de la democracia. Es mérito de la inmensa mayoría de los uruguayos de todos los partidos. Y la vida sigue, normalmente y ese es nuestro principal capital. Cada uno carga con sus esperanzas, sus victorias, sus derrotas, sus expectativas, sus alegrías y sus broncas, sus promesas y compromisos. Pero la vida sigue. La mayoría nos levantaremos de mañana para ir a trabajar, a estudiar, a enseñar, a investigar, a producir, a ordeñar, sembrar, vender, comprar, cuidar hijos a nietos o abuelos, escribir, buscar trabajo, hacer guardia, ponerse el uniforme, curar, servir un plato o una bebida, pensar o repensar donde seguiremos adelante, aquí o afuera.
Unos pocos estrenarán sus despachos, sus nuevos secretarios/as, sus sillones y esperemos que sientan el aliento, la respiración de expectativa y de exigencia de sus votantes y de todo el país en sus nucas. También estarán las minorías que se prepararan para salir a robar, a asaltar, a vender droga o a asesinar y que tanto han influido en el ánimo y en la opinión de los uruguayos. Son unos cuantos, demasiados. Otra parte pequeña, tendrá por delante otra de esas feroces jornadas para conseguir algo para poner sobre la mesa y darle de comer a sus hijos y seguir pirinchando bajo un techo que se llueve y una calle que se inunda. Y son tan uruguayos como el resto. Será una jornada más en la vida de unos pocos habitantes de este planeta que tiene 6.000 millones de habitantes y solo 3.400.000 uruguayos, algo más del 0.5% de la población global, que tenemos el privilegio - que nos cuesta tanto reconocer - de que poseemos la mayor superficie para producir alimentos por habitante de todo el mundo.
Somos un puñadito, en un rincón del planeta que deberíamos obligarnos a encontrar soluciones a nuestros problemas y avanzar con firmeza hacia el desarrollo y la igualdad de oportunidades. Son sueños que tienen todos los pueblos, pero para algunos es una meta enorme, gigantesca, casi imposible, para nosotros tendría que ser alcanzable, tan normal como la vida que sigue. No hay nada que suceda en la política, que a la mayoría, a la inmensa mayoría de los uruguayos, los que ganaron o los que perdieron, les vaya a cambiar mecánica y automáticamente su vida, la de su familia. Eso sigue - por suerte - dependiendo de cada uno de nosotros y es muy bueno que así sea. Los pueblos que han probado o les han impuesto depender totalmente del Estado, han terminado mal, en algunos casos bajos los escombros de un muro. Por escolaridad democrática, por ese complejo aprendizaje que se hace solo en la propia vida, no creo que nos odiemos o nos amemos más que antes de las elecciones, como si sucedía en otros tiempos.
Todos aprendimos o deberíamos haber aprendido la lección, que esas pasiones desenfrenadas y fanáticas llevan siempre a las tragedias. Las peores guerras han sido siempre dentro de las propias naciones y religiones. Llegaron a durar 30 años. No es exacto que todo será igual y la vida proseguirá su marcha inexorable. El barrio está bien alborotado y agitado, y además de vivir en él, allí viven nuestros primos, hermanos y parientes cercanos de otras naciones, no podemos ni debemos lavarnos las manos. El mundo es un desorden organizado y belicoso y, lo peor, por primera vez desde hace millones de años enfrenta peligros que no estamos controlando, como el cambio del clima y el peligro de que el calor se transforme en nuestro principal enemigo. Y nadie, tampoco nosotros, en este rinconcito alejado de los grandes centros mundiales, estaremos a salvo.
Es un calor global. Aquí nomás tenemos problemas urgentes e importantes con nuestra agua, con la única materia prima que junto a la tierra productiva, abunda por estos lares, pero ahora asociada a horrendas palabras que nunca habíamos conocido, como por ejemplo las cianobacterias. La vida sigue, pero necesitamos tener la capacidad de prever hacia dónde vamos y no dejarnos llevar por las rutinas. Estos no son tiempos de rutinas, ni de simples descripciones. Hay que ser audaces y valientes y prever, prospectar, que sucederá con el agua, los océanos, el aire, la energía, la humanidad y no solo con la bolsa de Wall Street. Hay una lección fundamental que nos dimos todos los uruguayos es que el poder no es eterno, ni nadie le puso una manija, hay que ganarlo en buena ley y ejercerlo todavía con más inteligencia y sensibilidad. Si no, llegado el momento, la vida sigue, pero te dan una patada en el trasero y el poder cambia de manos.
ESTEBAN VALENTI