Se demoró cuatro días más. La diferencia inicial del escrutinio del domingo 25 de noviembre era de 28.666 votos (1.20%), al finalizar el conteo de los votos observados, cuando no hay más chicanas para hacer, la diferencia se elevó a 37.042 votos y una diferencia del 1.52%. Y en un gesto de enorme "grandeza" Daniel Martínez - que sabía perfectamente el mismo domingo que había perdido las elecciones - se bajó del pedestal y fue a visitar a su adversario. Un milagro previsible. Luego de gobernar 15 años, de haber logrado el periodo de mayor y más prolongado crecimiento económico de la historia nacional, ocupando el primer lugar en la distribución de la riqueza en la región, sin ningún dato, ninguno que muestre una crisis económica o social y mientras América Latina arde por los cuatro costados, desde el "primer" liberal de la clase, Chile, la Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia y ni que hablar Venezuela que vive en los subterráneos, el Frente Amplio perdió las elecciones nacionales. Aunque usted no lo crea.
El candidato que sabía perfectamente que había perdido las elecciones saltó sobre el estrado y se golpeó el pecho, no solo quiso postergar la derrota y lo pudo hacer sin que sucediera absolutamente ninguna tragedia, porque vivimos, por lejos en el país más democrático y consolidado de toda la región. Pero también lo hizo por otro motivo, no tan festivo ni saltarín. Hay un mérito indiscutible, durante 15 años gobernó el FA y la democracia no sufrió a nivel interno un solo rasguño, al contrario, se fortaleció y hay que decirlo fuerte, porque es mérito del Frente Amplio y de todos los uruguayos. La única mancha que no afectó en nada la vida democrática y la libertad interna, fue el venenoso abrazo con el gobierno dictatorial de Venezuela. Algún día conoceremos sus causas profundas.
Martínez perdió las elecciones con la coalición más de derecha desde que salimos de la dictadura. Otro "milagro", luego de gobernar 15 años a nivel nacional y 30 años la capital, el abanico político, ideológico y cultural del Uruguay se ha desplazado hacia la derecha y no hacia el centro. Incluyendo la formación de un partido político con un líder militar, que fue Comandante en Jefe del Ejército durante dos presidencias del FA. Alguien se equivocó realmente muy feo. El gesto de Martínez el día de las elecciones no es un exabrupto, es la continuidad de la deformación profunda del poder que atacó el ADN de las izquierdas uruguayas. Fue un gesto calculado para preparar el terreno y presentarse nuevamente como candidato a intendente de Montevideo en las próximas elecciones del 2020. Ni siquiera tuvieron el pudor de esperar, y el actual intendente Christian Di Candia ya lo anunció con bombos y platillos a los tres días.
Ese fue el motivo y no otro por el cual Martínez no quiso reconocer su derrota. Y hubo un solo protagonista del último gran esfuerzo en el balotaje, como en las elecciones de octubre, fue el pueblo frenteamplista, los ciudadanos de a pie que sacaron desde el fondo de sus convicciones toda su fuerza y lograron que el FA se ahogara, pero en la orilla. La pequeña diferencia entre ambas fórmulas es una buena señal, le demuestra a los ganadores con la potente voz de la gente, que no se puede gobernar contra la otra mitad del país, un poco más chica y que hay que evitar levantar muros infranqueables y peligrosos. Señal que también debería aprender con fuerza el propio FA. ¿Es lo mismo perder de forma aplastante que por 37.042 votos? No, pero institucionalmente y políticamente es una derrota, que se produjo por causas políticas, políticas y políticas acumuladas. Y que ahora los dirigentes del FA aprovechando la volada, anuncian que recién analizarán y discutirán después de las elecciones departamentales del 10 de mayo del 2020.
Patético. En el FA no habrá renovación, ni habrá la mínima capacidad de recuperar a los desencantados qué se expresaron en las elecciones internas, en octubre y en noviembre, perdiendo votos y porcentajes en las tres instancias, sin un análisis que busque recuperar una visión realmente de izquierda, progresista, que ahora que ya no está con el poder nacional frente a las narices y bajo los trastes, y permita apelar a las bases teóricas, culturales, ideológicas y políticas de izquierda, muchos de cuyos girones quedaron sembrados por el camino. No, ahora de nuevo se posterga todo por otra disputa por un cacho de poder, las elecciones departamentales y municipales. En las redes, las focas son incansables, ahora nos echan la culpa de la derrota a los que nos animamos hace tres años a anunciar que por esa ruta de flotar, de perdonar y defender los desastres y los peculados en ANCAP y las mentiras y muchas otras cosas que no tenían nada de izquierda, como recientemente homologar los fallos de los tribunales del deshonor íbamos hacia el horno.
Es su silencio, su complicidad, su apego de funcionarios, o lo que sea lo que degradó a la izquierda y la hizo perder esta batalla. Y peor aún, afectó su propia identidad. Hacer un adecuado balance no implica ajustar la picota a los diferentes cuellos, sino iniciar un proceso de debate ante la sociedad, ante el pueblo frenteamplista de las causas y las responsabilidades que llevaron a esta derrota. Entre otras cosas para trazar una línea política inteligente, de izquierda, que no le entregue todo el terreno a la derecha en pleno ataque de soberbia. No me refiero a toda la coalición, que la misma noche tuvo en el discurso de su candidato a presidente electo Luis Lacalle y, los días después en las declaraciones de muchos de sus voceros, una actitud medida y republicana. Me refiero a los que todos sabemos que quieren empujar el país hacia la derecha no en el discurso, sino en los hechos. Aunque hay que saber que el Uruguay tiene una especial capacidad de democratizarnos a todos. Algunos dirigentes del FA tuvieron reacciones inmediatas y adecuadas, sin importar la edad y el cargo. La historia se construye con las victorias, pero en la izquierda sabemos que mucho más aprendiendo de las derrotas. Son formidables lecciones de humildad y de exigencia intelectual y moral.
El Uruguay tiene por delante la posibilidad de diferenciarse claramente de la actual decadencia de la región, sin actitudes miserables, pero frente a los inversores, la gente que quiere producir en esta región, tenemos excelentes condiciones, de seguridad legal e institucional, mejoramos nuestra infraestructura, nuestra energía, nuestras comunicaciones y ni que hablar dimos una nueva muestra de solidez institucional democrática. Tenemos 5 años por delante y nadie nos esperará. La táctica y la estratégica del progresismo no puede ser preparar la revancha, sino elevar las miras y el sentido nacional y demostrar que desde el poder o en la oposición somos una fuerza constructora, con mejores ideas, con mejores cuadros dirigentes, con mejores políticas y sensibilidades sociales. No podemos apostar al fracaso del nuevo gobierno, sería un suicidio nacional. Es una prueba muy exigente y nueva para una fuerza que nació para ser de izquierda y debe demostrarlo siempre.
Es la primera vez que debe hacerlo perdiendo unas elecciones en una derrota que construyó ella misma desde hace varios años, con ANCAP, con mentiras, con corrupciones, con personajes siniestros, con negociados con dictadores civiles y militares, con desordenes imperdonables con los dineros públicos, con complicidad con los dictadores corruptos de Venezuela y Nicaragua. ¿Van a discutir en serio o van a esperar que lo sepulte el olvido o lo van a tratar de resolver en conciliábulos de cúpula? Si quieren atribuirle la culpa de la derrota a la desmemoria de los electores, o a los que hace tres años advertimos que ese camino llevaba al desastre y ensalzar a los que se dedicaron a ocultar, cubrir o evitar que se discutieran los verdaderos problemas de gobierno y de la política del FA, están en todo su derecho. Lavarse las manos es también una forma de hacer los balances. Pero lo que hace falta son hechos, ideas, palabras de izquierda y no silencios.
Esteban Valenti