SANTIAGO / LIMA / MÉXICO (Uypress)- Los periodistas Lorena Arroyo y Francesco Manetto, para El País de Madrid, analizan la actitud de los jóvenes y movimientos estudiantiles y cómo inciden en la política de América Latina.
Hasta hace poco más de dos semanas, Alba Ñaupas, una estudiante de Periodismo de 21 años de El Agustino, un distrito de clase media-baja del este de Lima, no había ido nunca a una protesta. Pero la noche del pasado 9 de noviembre, cuando escuchó que el Congreso había destituido al hasta entonces mandatario Martín Vizcarra, no lo dudó ni un segundo. Indignada por lo que considera que eran unos políticos aprovechándose del sistema en beneficio propio en medio de la profunda crisis de salud y económica que vive el país, entró a un grupo de WhatsApp que tiene con sus compañeros de universidad y escribió: "Chicos, vamos a marchar". Hoy forma parte de la llamada Generación del Bicentenario, el movimiento al que se le atribuye la caída del presidente Manuel Merino, quien sustituyó a Vizcarra de forma interina, y que estuvo apenas cinco días en el poder.
"Mi papá no quería que fuera, pero finalmente me dijo que, si quería, no me iba a detener. Mi mamá me dijo que pensara en mis hermanas y mi abuelita. Durante la pandemia no he salido casi nada, ni para comprar, pero yo decía: Lo siento pa', lo siento ma': no puedo quedarme con los brazos cruzados. No ahora. Si nosotros no hacemos algo, ¿quién lo va a hacer?", recuerda. Como muchos de los jóvenes que se unieron a las multitudinarias protestas que acabaron con la renuncia de Merino, Ñaupas no defendía a Vizcarra, sino que rechazaba una jugada política que creía que ponía en relieve los fallos del sistema. "Yo estaba harta de todo lo que estaba pasando. Es imposible que estas personas que están aquí [los congresistas] en vez de tomar decisiones pensando en el bienestar de la ciudadanía, lo hagan pensando en sus propios bolsillos, en lucrar", critica la joven. Aunque ella estudia en una buena universidad privada gracias a una beca, salió a protestar pensando en la educación de sus tres hermanas pequeñas, ya que teme que, si no cambian las cosas, puedan acabar en las universidades donde suelen ir los estudiantes de bajos recursos a endeudarse a cambio de una mala formación que no les garantiza un trabajo.
Perú es el último país latinoamericano en el que los jóvenes han impulsado una lucha contra un sistema que consideran injusto. En el último año y medio, ha habido protestas en Chile, Colombia y en Ecuador, donde los ciudadanos de entre 18 y 30 años han tenido un rol importante para lograr cambios profundos en sus democracias. Las demandas son muy variadas y responden a las urgencias de cada país. En ocasiones respaldan la agenda de otros grupos, como la de los pueblos indígenas en Ecuador. Sin embargo, hay un común denominador: el factor generacional, acompañado de las herramientas y los códigos de comunicación habituales entre los jóvenes. Por ejemplo, el uso de las redes sociales.
Los manifestantes recurren a ellas para congregarse, organizarse y ayudar a los heridos o buscar a los desaparecidos. También para lanzar sus reivindicaciones y documentar las marchas a través de canales creados por ellos mismos en plataformas como Instagram, Facebook o TikTok, con los que desafían la narrativa de los medios tradicionales cuando consideran que no reflejan su punto de vista. "A lo largo del tiempo las juventudes han sido un actor muy importante para el cambio social y ahora pasa lo mismo. Hay una similitud, pero las herramientas que tienen al costado para poder defender una democracia son diferentes y hacen que se reduzca el espacio y el tiempo para la organización, la convocatoria, la viralización, el en vivo y consiguen que todo se arme muy rápido", explica la socióloga peruana Noelia Chávez, quien acuñó el término Generación del Bicentenario para referirse al grupo que ha estado al frente de las protestas en Perú, una nación que en 2021 celebra dos siglos de existencia.
Según una encuesta del Instituto de Estudios Peruanos, más de la mitad de los jóvenes de entre 18 y 24 años participó en las protestas. Si la vacancia o destitución de Vizcarra sacó a las calles a miles de ellos de manera espontánea, la represión policial de las manifestaciones pacíficas, que dejó dos muertos y decenas de heridos graves y que fue transmitida a través de sus propias redes, masificó la movilización. "La plaza San Martín [de Lima] estaba repleta y había una idea de que se metieron con la generación equivocada", afirma Chávez. "Este es el espíritu que debería tener la Generación del Bicentenario: una ciudadanía reclamando su derecho a una democracia y a tener representantes mejores. Pelean por eso. No es como una categoría sociológica, sino como una narrativa política para poder pensarnos como país de una manera menos pasiva, menos apática y mucho más activa en el cambio".
La generación que creció sin miedo
Las causas que sacaron a los peruanos a las calles eran tan variadas como las múltiples razones por las que sienten que su clase política y sus instituciones les ha fallado, pero hay dos exigencias que se acabaron alzando como prioritarias entre muchos manifestantes: que se lleve a cabo una reforma policial, una petición surgida tras ver la violencia con la que respondieron las fuerzas del orden durante las marchas, y que se implementen cambios en la Constitución vigente, aprobada durante el Gobierno de Alberto Fujimori. Ambas demandas son similares a las de las movilizaciones que comenzaron el 18 de octubre del año pasado en Chile, que también tuvieron a los jóvenes como protagonistas. El conocido como "estallido social" comenzó como una revuelta de estudiantes de secundaria en Santiago que decidieron saltarse los torniquetes del metro en rechazo al alza del precio del billete y en pocos días se extendió a todo el país, con decenas de miles de personas exigiendo cambios profundos de un sistema económico que ha dejado una profunda brecha de desigualdad.
"Había la sensación de que el sistema siempre te perjudica", dice Nelson Duque, un estudiante universitario de 22 años que desde el primer día de las protestas participó activamente en las asambleas vecinales que se formaron en su barrio, la comuna de La Florida, en el sureste de Santiago. "Yo ya estoy endeudado siete u ocho años por una educación que no sé si vale esa plata", lamenta el joven. En ese país que se vendía como un oasis de estabilidad y crecimiento económico en América Latina, él, como muchos otros jóvenes, vivían día a día las grietas de un modelo que considera que solo beneficiaba a las élites. Para Duque, los síntomas de la desigualdad eran ver cómo su padre, comerciante, sufría para mantener a la familia con tres empleos en dos años o cómo algunos de sus parientes mayores tenían que seguir trabajando porque sus pensiones no eran suficientes para mantenerlos.