​ por Alejandro Giménez Rodríguez

 

Construida primero por los portugueses en 1762, con el afán de vigilar la franja de territorio entre la Laguna Negra y la costa oceánica, conocida como la Angostura, la fortificación de Santa Teresa es continuada al año siguiente por los españoles, luego de tomar esos territorios que le correspondían desde el Tratado de Tordesillas de 1494, y por posteriores como el de Madrid de 1750. El de San Ildefonso de 1777 cede la zona de Santa Teresa a España, dando por finalizada la confrontación de imperios coloniales, quedando terminada la construcción de ese fuerte hacia el 1800.

 

Luego de ser tomada por el Imperio del Brasil en tiempos de la lucha por la independencia oriental, la fortificación es recuperada por las fuerzas patriotas del coronel Leonardo Olivera, en la última noche de 1825.

 

El inicio de la vida independiente del país en 1830 provoca el olvido y el abandono de este edificio histórico, tanto que el político e intelectual Luis Melián Lafinur afirma en 1881 que "pronto va a desaparecer el fuerte de Santa Teresa" y el jefe político de Rocha, Miguel Lapeyre, en 1895 habla de "honda tumba de arena", al referirse al estado de la edificación colonial.

 

Pero en la historia siempre hay un personaje destinado a cambiarla. En 1917 dos jóvenes se van de paseo a Rocha, y uno de ellos se llamaba Horacio Arredondo, historiador y arqueólogo de formación autodidacta nacido en 1888. Ya era una aventura llegar hasta ese departamento. El tren llegaba hasta San Carlos desde 1910 y el resto del camino había que hacerlo en diligencia o en automóvil, siendo habituales los "peludos", que así se llamaba a quedar los vehículos empantanados, ya que no había casi caminos construidos.

 

De pique Arredondo se vio impresionado por ese "arcaico monumento", y se propuso "escribir su historia, realizar su restauración y contener las dunas con plantaciones apropiadas". Convenció al presidente de la República Baltasar Brum de visitar el lugar en abril de 1920, comenzando con las obras de restauración en 1923, y aunque tuvieron un paréntesis al año siguiente, una ley reactivó los trabajos, al declarar la fortificación Monumento Nacional, siendo el primero de su tipo en el país, estableciendo en el artículo 3° la construcción "de un parque público en los terrenos fiscales que rodean la fortaleza".

 

Tuvo el apoyo de técnicos como el arquitecto Fernando Capurro, de la Sociedad Amigos de la Arqueología; y hasta de un futuro presidente de la República, el general arquitecto Alfredo Baldomir, que ocupó la máxima magistratura del país entre 1938 y 1943.

 

No era fácil en aquella época la tarea de restauración de la fortificación y generación de ese parque, ya que los materiales llegaban por barco a La Paloma y luego en carretas a Santa Teresa, y las plantaciones, en tren hasta San Carlos y luego completaban el camino en carros.

 

Se crea una gran reserva para proteger especies nativas, junto al parque oceánico, esteros y la Laguna Negra. Ciervos, venados, mulitas, avestruces, perdices y perros cimarrones convivían con un​ arboretum​ inspirado en el de Antonio Lussich en Punta Ballena, y un jardín "apaisado" de influencia inglesa, con la naturaleza libre, como respuesta a la Revolución Industrial y el maquinismo.

 

 

 

En 1931 Arredondo es nombrado director honorario del Parque de Santa Teresa, radicándose allí con su familia. Seis años más tarde es designado director de la Comisión Nacional de Turismo, que entonces era una sección del Ministerio de Industria. Desde este cargo, que ocupó hasta 1954, promovió la recuperación de inmuebles patrimoniales como la Calera de las Huérfanas en Colonia, la Posta del Chuy en Cerro Largo, el Fuerte de San Miguel en Rocha; y paradores en La Coronilla y Punta Gorda, en donde hoy está un hotel que es gestionado por el PIT - CNT, cercano a la ciudad coloniense de Nueva Palmira.

 

También en Montevideo estuvo su acción de rescate de monumentos como la Fortaleza del Cerro, el Cabildo (naciendo el Museo y Archivo Histórico Municipal), el Molino de Pérez y la Aduana de Oribe.

 

Horacio Arredondo murió en 1967. Por ser pionero de esa actividad en el país, hoy la Sala de Actos del Ministerio de Turismo lleva su nombre, y esa secretaría de Estado produjo en 2019 un spot audiovisual con su trayectoria.

 

Promotor del turismo cultural, su obra fue una buena simbiosis entre tradición, academia y mercado, y un ejemplo de que el patrimonio cultural debe ser cuidado, además de saber conjugarlo con el turismo como actividad productiva. Conceptos a tener en cuenta a la hora de pensar emprendimientos económicamente necesarios pero que pueden afectar el paisaje natural y cultural de una región.