por ESTEBAN VALENTI
Desde que los seres humanos salimos de las cavernas o bajamos de los árboles comenzó a circular con prepotencia el tema del poder. Desde hace miles de años ha sido uno de los temas claves de todas las sociedades. Y hemos cambiado a las más diversas formas políticas de organización, pero el poder sigue estando en el centro, no solo de la política, sino de la ética, de la épica, de la moral, de la sensibilidad y del humanismo o de la deshumanización. Cuanto más tensa es la situación en determinadas épocas, guerras, desgracias naturales, crisis, hambrunas o pestes el poder asume condiciones más extremas. Siempre he rechazado la idea, ampliamente difundida de que el poder siempre corrompe o deforma a los que lo ejercen. El poder desnuda el fondo del alma de los que lo ejercen, lo bueno, lo mediocre o lo peor.
Partamos de la base que en todos los órdenes de la vida existen diversas escalas de poder, ni que hablar en el Estado, pero donde se concentran las baterías es sin duda en el poder político. Observando las diversas experiencias en el mundo, sobre todo en estos tiempos, los extremos son realmente muy marcados. Voy a tomar un ejemplo para no ser acusado de tener una visión sesgada ideológicamente: Angela Merkel, la canciller alemana, que muy diversas circunstancias, asumiendo riesgos políticos y con gran tenacidad ha demostrado que se puede ejercer el poder con humanidad, sin corromperse, sin abusar de ese poder y como un ser humano sensible. Y es miembro de un partido de derecha que ella desplazó hacia el centro-derecha. Nació y vivió en la República Democrática Alemana (RDA), del otro lado del muro y, no ha mostrado resentimientos. Ha sido una clave para el equilibrio en Europa y a nivel mundial, en particular en la crisis de los refugiados y ahora el combate a la pandemia.
Pero existen los extremos, desde los que el poder los transformó radicalmente en diversas latitudes y todo el peso de sus deformaciones han caído sobre sus pueblos. Es un proceso que no se detiene, avanza y carcome el alma. No hay país vacunado, el Uruguay ha demostrado en diversas circunstancias un nivel de respeto a la institucionalidad, de sentido republicano del que nos hemos sentido orgullosos, pero el poder trabaja siempre, es infatigable. En medio de esta aguda crisis sanitaria emerge el poder y su impacto en un nuevo gobierno y también en los que abandonaron el poder hace un año. No solo afecta a los que lo ocupan, sino también a los que se desesperan por volver o por ocuparlo. No es solo un problema de soberbia, aunque sin duda tiene su influencia, es algo mucho más complejo, como todas las cosas que impactan tan hondo en el alma humana. El poder tienta a sus ocupantes con su cantos de sirena de que han sido iluminados por la infalibilidad y aunque la realidad todas las noches les demuestre que sus previsiones están fracasando totalmente, que pasan los días y la cantidad de muertes nos sitúan entre los peores países del mundo, y el peor en absoluto en materia de contagios diarios.
No todos reaccionan de la misma manera, no tiene que ser un rasgo idéntico en todos los integrantes de un gobierno. No es un virus, no se necesita vacunas, se necesidad modestia, sensibilidad frente a sus connacionales y a veces un poco de silencio, para que los excesos en las declaraciones no desnuden los cambios que se han producido. La inmensa mayoría de los uruguayos saludábamos las primeras conferencias de prensa luego de aquel fatídico 13 de marzo del 2020 y ahora nos alarman y nos indignan, cuando se postergan o directamente se ignoran anuncios oportunos. OPORTUNOS, esa es la clave en esta peste, el manejo del tiempo. La soberbia del poder se expresa muchas veces en administrar el tiempo de toda una sociedad desconociendo los datos de la realidad, creyendo en una doctrina económica casi fanática y contra la opinión de los científicos y los asesores honorarios y totalmente comprometidos. Ahora parece que se aceptó utilizar el térmico "blindar" también para el mes de mayo. Lo que sucede es que se considera que el blindaje liviano, casi invisible que no afecte en serio la movilidad merece llamarse blindaje. Y no, es chaperío, que por aplicarse tarde, por dejar pasar un mes y medio desde las recomendaciones del GACH el 7 de febrero antes de mover un dedo, ahora es totalmente insuficiente.
El poder además de alimentarse del tiempo de todos, engorda con la desmemoria y con las encuestas de opinión pública manoseadas y toqueteadas. Saldremos de esta situación, pero con heridas muy profundas que hubiéramos podido evitar, también si hubiera menos irresponsables que no cumplen con las normas básicas para cuidarse el virus, pero sobre todo, en primer lugar, si desde el poder, se hubiera ejercido con responsabilidad y no nos hubieran atrapado a todos en dogmas económicos y en consignas absurdas. Y en la soberbia del poder y en el fanatismo de cierta visión del papel del Estado, no en la necesaria reducción de su gordura, de su burocracia, que sigue inconmovible, sino en lo que importa, el ámbito destinado a proteger, cuidar, defender, promover a la ciudadanía y a los habitantes, que son tan pocos en este bendito país. Tácito el gran historiador romano hace 2000 mil años ya alertaba "Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio".