por Esteban Valenti
"El ingrediente más importante es levantarte y hacer algo. Así de simple. Muchas personas tienen ideas, pero solo algunas deciden hacer algo hoy. No mañana. No la siguiente semana. Sino hoy. El verdadero emprendedor actúa en lugar de soñar" - Un emprendedor.
A través de los partes de guerra de la pandemia, todas las noches los canales de televisión nos castigan con sus cifras de contagiados, de casos activos y sobre todo de muertos. Y han concentrado hace 14 meses la atención de la sociedad, influyen en todo, en el trabajo, los viajes, los contactos familiares, La educación, las costumbres, las comidas y hasta los sueños y el sentido ilimitado de la libertad que podíamos atesorar. Un inmundo virus nos ha cambiado nuestras vidas. ¿Por cuánto tiempo? Esa es otra componente junto con la inseguridad, las dudas.
Pero hay una mortalidad que casi no se registra, la cantidad de empresas, micro, pequeñas, y medianas que mueren cada día. Han sido miles, y todos conocemos y vemos cientos y cientos de locales y vestigios cuando recorremos las calles, hablando con nuestros parientes y amigos o conocidos. Y nadie se ha puesto a valorar, no solo en términos de plata, de puestos de trabajo - que son miles y miles -, todo lo que se está perdiendo, cuanto riesgo, talento, esfuerzo, valentía y sobre todo trabajo se ha perdido. No nos preguntamos cómo podremos recuperarlo. ¿Se podrá, en cuanto tiempo?
¿Nos habrán torpedeado tan duro el espíritu emprendedor, que nos costará tanto levantarnos de nuevo, comenzar a transformar los sueños en realidades?
Para no hablar de este verdadero emprendicidio sistemático para este tiempo de crisis: la DGI y el BPS. El que se atraza por obvias razones de no disponer de capital de giro suficiente, y mientras la cadena de pagos está enlentecida, se debe pagar el IVA a fin de mes de la emisión de la factura, aunque el deudor demore uno o dos meses en abonar. Y las multas son saladas ¿ cuánto pueden aguantar las empresas pequeñas debilitadas desde hace meses? El BPS directamente duplica el monto después del vencimiento. Y para "compensar" les tiran un mendrugo y nos sepultan de publicidad. Y hay gente que se lo cree.
Y después viene el calvario de los bancos que te ofrecen créditos a tasas "especiales", equivalentes a 5 o 6 veces el porcentaje de la inflación. ¿Y eso no es usura?
El calvario del cierre de una empresa, me llevaría una columna entera relatarla, es digna de Kafka. No solo hay que cerrarla, hay que hundir en lo más profundo posible a sus dueños.
En las conferencias de prensa oficiales, en las intensas campañas publicitarias del gobierno en los medios de información se anuncian medidas para asistirlas y cualquiera comprende que a esta altura siguen cerrando porque se desangraron, no tienen CTI, porque el oxígeno que se bombea es totalmente insuficiente, sobre todo la asistencia es tardía, hay muchas víctimas que ya no pueden ni siquiera recurrir a esa ayuda.
No solo nos hemos acostumbrado a las cifras de enfermos y muertos, sino a ver decenas y centenares de negocios y oficinas de todo tipo cerradas, puestas en venta o en alquiler. Cuando los organismos especializados dictaminan con la frialdad de un témpano que el clima de negocios en el Uruguay es de los peores de la región, no todos lo entienden, pero traducido al español corriente quiere decir que las perspectivas de recuperación se harán más lentas y más dolorosas porque son más profundas las heridas.
Es obvio que en la cultura de izquierda, los desempleados, los desocupados, formales o informales son fundamentales, pero hay un mundo muy grande, que creció mucho en los últimos años, de gente que se decidió a emprender y que ahora está ahorcado y que incluso cerrar sus empresas es un calvario terrible, por la malla que se ha tendido de normas y decretos a libre imposición de contadores, cobradores de impuestos y del BPS. Normas para otros tiempos y otras condiciones. Una maraña burocrática de muchas décadas, que tampoco se suavizó en los últimos años, al contrario.
La "pequebu" la pequeña burguesía, empleando los términos ortodoxos, siempre tuvo un carácter despreciativo. La sociedad uruguaya y mundial ha cambiado radicalmente y millones de puestos de trabajo dependen de esas mipymes, pero lo que no siempre valoramos es que millones de micro, pequeños y medianos empresarios son el sustento de la economía. Y lo que está cerrando, lo que se está perdiendo es ese tejido cultural, social, humano, laboral, de los dueños, sin los cuales no habrá ni desarrollo, menos crecimiento y ni un ápice de justicia social.
No habrá cambios ni ahora ni en el futuro, si en la agenda o en el proyecto nacional no integramos, todo el espíritu emprendedor necesario, mucho del cual está seriamente dañado. Son los comercios, los gimnasios, los salones de fiestas, los bares, los feriantes, restaurantes, tiendas, bodegas, hoteles pequeños y de todos los tamaños, empresas de transporte de uno o pocos ómnibus, artesanos, agencias de viajes y de publicidad, talleres, pequeñas fábricas, centros de enseñanza, teatros, y centros de esparcimiento, academias. Al fin de cuenta también la cultura y el arte tienen un fuerte soporte en el espíritu emprendedor. Y seguro me estoy olvidando de muchas decenas de otro tipo de empresas pequeñas.
El fracaso de los países que concentraron todas las actividades en un enorme Estado omnipotente y omnipresente porque una supuesta e infalible doctrina lo establecía, tiene entre las causas principales de su caída, precisamente el asesinato de toda la iniciativa privada. Pregunten en China, en VietNam y el esfuerzo actual y desesperado de Cuba por recrear un tejido de emprendedores. Las crisis son inmejorables oportunidades para destrozar los dogmas.
Un micro, pequeño o mediano emprendedor en la medida que tenga empleados; y todos en este momento de grave crisis del empleo nos auguramos que asuma la mayor cantidad posible de empleados; de trabajadores, estarán obteniendo sus ganancias de una parte del aporte de esos empleados. Aunque la izquierda se haga la desentendida, o se empache en explicaciones que no pongan a peligro sus verdades sacrosantas, es así y sin embargo necesitamos imperiosamente que en el Uruguay vuelvan a emerger y a progresar miles de mipymes. Privadas, asociativas, cooperativas o con las formas ingeniosas que se les ocurra, pero al fin empresas, donde haya mujeres y hombres que no esperen ser funcionarios públicos inamovibles y pagados con los dineros públicos, suceda lo que suceda, ni empleados u obreros de empresas privadas, sino gente que quiera emprender.
Me atrevo a decir, a escribir que el avance de una sociedad, su capacidad de progreso y de distribuir con más justicia la riqueza, también y en forma muy importante depende de la cantidad y calidad de mipymes que construya.
Es más, de la vitalidad, la capacidad de innovar, del entusiasmo y el empuje de esas decenas de miles de hombres y mujeres emprendedoras, de su calidad, su ingenio, su audacia, su cultura general y emprendedora dependerá no solo el avance de esas empresas, sino el impulso de toda la sociedad. Y estamos en una frase crítica.
No se trata de contraponer las grandes empresas a las mipymes, sino de comprender que no se pueden crear diferencias tan evidentes en favorecer las grandes inversiones, las que mueven las agujas de la economía - que son sin duda necesarias - necesitamos el apoyo, la atención y el esfuerzo del Estado y de la sociedad hacia nuestras miles de empresas. En las tarifas públicas, en las leyes de promoción de inversiones y en reducir drásticamente la burocracia, no solo por su costo sino por la pérdida de un valor fundamental: el tiempo.
Es un tipo de empresas que no vale en todos los sectores por igual y también hay que asumirlo. Para plantar frutas y hortalizas, producir miel y también en parte para la lechería necesitamos pymes y mucho esfuerzo familiar, pero para la gran producción del campo, podemos escuchar todos los días "a desalambrar" y parlotear contra las 4x4 y no avanzaremos un milímetro, hacen falta capitales importantes, tecnología de punta. Y si queremos cambiar el país en serio, de forma sostenible, necesitamos también integrar estas categorías económicas y sociales al proyecto nacional.
Para hacerlo hay que discutirlo abiertamente, sin complejos, asumiendo por ejemplo que para ciertas producciones se necesitan capacidades de inversión, de mercadeo mundial, de uso de tecnologías que como el Estado no las aportará, o serían ineficientes, hay que arriesgar en las ideas y las políticas para una generación de cambios de una nueva calidad.
La épica del cambio, ya no está en ningún lado en las frases rimbombantes y envejecidas, ni en repetir las recetas liberales en decadencia, sino en la capacidad intelectual, teórica de construir proyectos realmente innovadores, profundamente sustentables y democráticos, no solo en las instituciones, en la Constitución y las leyes, sino en las formas de organización y distribución de la riqueza. Fue siempre extremadamente difícil, pero ahora lo es mucho más, por las heridas de la pandemia, que está lejos de terminar y por las trabas mentales que todavía atenazan a las fuerzas del cambio.