por Esteban Valenti
Es posible – no seguro – que con la aplicación de las nuevas tecnologías, bastante extendidas en el Estado uruguayo y de la tupida malla burocrática acumulada históricamente, tengamos un mapa completo y detallado de todos los funcionarios y supuestamente las funciones en el Estado uruguayo. A nivel nacional, departamental, municipal, empresarial y paraestatal. Completito.
Todos los que tienen la más remota posibilidad de gobernar este país, proponen, prometen que reformarán profunda y radicalmente al Estado. No se salva nadie. Incluso llegó a llamarse "la madre de toda las reformas". Y el Estado en su conjunto fuera de algunos rasguños, sigue impertérrito.
Es que en realidad lo que habría que hacer si se tiene una auténtica voluntad de reformar el Estado, es invertir el enfoque de la radiografía, de la tomografía si se quiere hacer algo mucho más preciso.
En lugar de obtener por contraste los funcionarios y se supone las funciones, habría que invertir la mirada: se debería diseñar con prolijidad, con coraje y con rigor, en primer lugar cuales son los cuellos de botella, las trabas que tiene la maquinaría del Estado a todos los niveles y en todas las dependencias, para las cuales hay que disponer de un gran aparato humano, edilicio, de equipos, de vehículos y sobre todo de normas, sobre otras normas.
Esa es la clave, son esas funciones, esos cuellos de botella implacables los que crean los cargos, las normas, las normas para suplementar las normas y sobre todo, las que consumen el principal ingrediente de la mala máquina burocrática: el tiempo y la paciencia.
No es cierto que eso se puede resolver desde el gobierno electrónico, se lo hace más moderno, a veces más cómodo, pero en definitiva en otro tipo de máquina, con sus propios cuellos de botella, sus formularios electrónicos, que sustituyen los anteriores, pero siempre son las funciones por encima de todo y consumiendo cualquier entusiasmo y manteniendo casi todos sus vicios.
El argumento supremo para mantener, cuidar primorosamente esos engranajes, es la probidad, el control pero resulta que con todo eso que construimos, esas bibliotecas de normas y papeles, con mucha frecuencia la lubricación en el Estado funciona, menos que en otros países, pero funciona. No nos hagamos los distraídos. La peor lubricación, el favorcito, el amiguito, el empujoncito y al consumo del tiempo y la paciencia se suma el desprestigio de todo el sistema. Y el principal problema no es la corrupción, sino es el engripado de la maquinaria en forma sistemática, incluyendo a nivel de la Justicia.
Si hiciéramos esa tomografía al revés y trazáramos un primer mapa de ruta sobre las trabas de la burocracia a los diversos niveles, deberíamos, podríamos incorporar a un verdadero Proyecto Nacional, un proceso realista, pero exigente en tiempo y en objetivos no para reducir solamente, para establecer reglas de achicamiento a como dé lugar de la máquina estatal, sino un diseño del Estado dinámico, en cambio permanente, eficiente, con personal calificado y que debe calificarse en forma permanente, que no tenga el estigma del sello de goma, sino el principio del servicio al ciudadano y no a su jefe y a la reproducción de su cargo y de la cadena de la burocracia.
No se trata de enhebrar frases ingeniosas, nombres rimbombantes, las máquinas, complejas, que se articulan con otros máquinas necesitan de precisión y de constancia. Y por encima de todo de estudio y voluntad política.
Para un Uruguay moderno y próspero, no hay que ir destruyendo a como dé lugar al Estado actual culpándolo de todos los males y enterrándolo en el pasado batllista, que fue de las mejores cosas que nos sucedió a los uruguayos. Basta mirar lo que le sucedía a nuestros vecinos, todos. Lo que hace falta es un Estado diseñado, construido para ese Uruguay moderno y de progreso, que debe afrontar nuevos problemas productivos, laborales, tecnológicos, educativos, administrativos, medio ambientales, culturales.
El Estado no es ajeno a todo eso, al contrario, es parte fundamental si sabe articular adecuadamente con el sector privado, cooperativo, con la sociedad civil, con el mundo de la cultura, pero también con el del comercio y que prevé y no corre detrás de los problemas. Para eso se necesitan cuadros, pero no dispersos, sino una estructura de servidores públicos preparados y bien distribuidos y en actualización permanente.
¿No queremos que los funcionarios públicos, nacionales y departamentales ni a ningún nivel, se nutran del clientelismo, del nepotismo? Con rabiar y parlotear no avanzamos nada, son necesarias dos cosas: un adecuado sistema de formación y selección y en segundo lugar una cultura del servidor público. ¿Los tenemos?
El Estado no cambia en un laboratorio, ni solo por la voluntad de los jerarcas, se necesita un componente fundamental: la gente, los usuarios, los que lo pagan y lo necesitan.
Siempre esos cambios fueron muy complejos, la salida, lenta dolorida y compleja de la pandemia, más las nuevas tecnologías y las nuevas costumbres e impactos sociales y culturales que producen, hacen que este sea uno de los principales problemas que deberá afrontar un verdadero gobierno progresista, avanzado, cuyo objetivo sea realmente la justicia y la libertad, en el sentido más dinámico y avanzado de estos conceptos.
Tomemos un ejemplo cardinal: la educación. No hay la más mínima posibilidad de progreso sostenido y sostenible, de avance social y cultural, de calidad y con impacto en todos los aspectos imprescindibles, el trabajo, la investigación, la tecnología, la creación, la educación en sí misma, la salud, la relación con el medio ambiente y sobre todo la relación entre los seres humanos, sin un sistema permanente y bien elaborado de cambios en la educación.
La educación no es algo etéreo y volátil, es bien sólido y complicado, pero hay algo inexorable, es parte de la maquinaria del Estado, y lo es tanto a nivel de la educación pública, como del conjunto del sistema educativo nacional. Y trazar el mapa de las trabas, de los nudos que emergen en su tomografía invertida es fundamental. No puede ser tratada como una máquina, pero los engranajes pueden frenar todo. Y no hay progresismo, sin educación de primera, no hay Proyecto Nacional, sin educación realmente de primera.
No se trata de navegar solos y aislados. Estamos obligatoriamente rodeados de nuestra historia, que es parte de nuestra identidad, por lo tanto tendremos que hacer este proceso con la audacia necesaria, pero con la sensibilidad también. No en equilibrio, porque lo que falta es tiempo, es una carrera contra reloj. Haciendo, explicando, formando, probando, corrigiendo.
El otro aspecto es estudiar otras experiencias. Ya conocemos un extremo fracasado, el Estado monopólico e insaciable, fue una clave para entender la caída de sistemas "socialistas" comenzados con una revolución verdadera y terminamos en un fiasco estrepitoso. En un sistema devorado por ese propio Estado burocrático, en sus engranajes y mucho peor aún en sus ideales y su impulso renovador y crítico. Lo primero que se devoró la burocracia suprema fue la libertad, los derechos humanos y el espíritu revolucionario. Y terminó tragándose las grandes empresas y todo el Estado y hasta la ideología.
Hay ejemplos en diversos países, no precisamente en los de origen Borbón que dejaron sin duda su impronta en estas tierras. No se trata de copiar, sino de aprender.
Un Estado renovado requiere también un relato nuevo y esa es una de las cosas más complejas, para salirse del esquema tradicional de un liberalismo, que también carga con pesados fracasos y de una socialdemocracia que también tiene sus incrustaciones.
Para proponernos nada menos que comenzar desde ahora a diseñar esa tomografía, hace falta apertura intelectual, ideal y visión estratégica. No podemos seguir describiendo debemos prospectar el futuro que nos proponemos sus puntos de fuerza y sus trabas.