por Esteban Valenti
Es casi seguro que para mí y mi familia haya sido particularmente duro, lo reconozco y quisiera no generalizar. Pero para valorar un año, hay que hacer un esfuerzo e imaginarse la situación de la media de las personas, en el país y en el mundo. Y para esa media, fue un año atroz. Annus horribilis.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, hace 76 años, no había nada parecido. Y este afectó de una u otra manera a todos los países del mundo. No voy a mortificarlos con cifras, que son una peor que otra y además todavía no hemos salido, hay países que van por la quinta ola del coronavirus y no son precisamente los más atrasados económicamente, al contrario. El virus se ha ensañado con el norte, aunque no perdona a nadie.
El cambio del calendario dentro de una semana, no modificará la situación, seguirá siendo un proceso, largo complejo y lleno de variantes. De eso ya podemos estar seguros.
Es una gigantesca batalla de la humanidad, dicho esto en términos de todo el género humano, que debe apelar a su ciencia más avanzada, a su organización internacional, nacional y local, a su disciplina, a su resistencia para superar el segundo año casi completo de la pandemia.
No vale de mucho quejarnos, es notorio que a pesar de sus particularidades geográficas, la peste ha desnudado las peores lacras que afrontamos los seres humanos, las decenas de millones de refugiados y los que buscan refugio; las tensiones bélicas; el delito organizado; la pérdida de empleos y el aumento escandaloso de las diferencias sociales. Los pocos miles de miliardarios, aumentaron escandalosamente su riqueza, mientras miles de millones cruzaron la línea de la pobreza y la miseria. Y hay que recordarlo porque el post pandemia - cuando lo conquistemos definitivamente - no puede, no debe ser un interminable proceso de consolidación de ese desbarranque social y humano.
Hay pocas cosas buenas. La primera fue y es, la velocidad con la que la ciencia logró desarrollar vacunas que antes llevaban décadas, es una demostración de la capacidad científica y tecnológica que hemos desarrollado los seres humanos, pero también mostró la voracidad de los grandes grupos empresariales farmacéuticos. Otro precio a la injusticia.
El otro elemento, fue que la conciencia de que debemos actuar con rapidez y energía para contener el daño climático, que avanza constante e implacable a pesar de los terraplanistas. Y que se requieren bastante más que nuevas tecnologías limpias, hace falta un salto enorme en la conciencia de los gobiernos, de las sociedades, de la gobernanza mundial. De esa "pandemia" no se vuelve atrás.
Un logro impresionante sería que nos dispusiéramos a acelerar todos los cambios necesarios y a todos los niveles, de la producción y por lo tanto de la economía, de las leyes y reglamentaciones, de la generación de energía, del transporte y todos los elementos contaminantes y de nuestra propia vida personal, para disminuir drásticamente la contaminación. Para todo ello se requerirán gigantescas inversiones, mucho, mucho dinero.
De esta pandemia, no podemos salir como de la gripe española y la Primera Guerra Mundial, con los rugientes años "20", porque lo que va a rugir será el cambio climático y la explosión de los problemas sociales. Serían una serie de incendios que no se apagan con agua, contaminada y llena de plástico flotante.
La mía no es una visión pesimista - que perfectamente la podría tener - por las hondas heridas recibidas, es realista o trata de serlo. De un optimista bien informado.
Hay herramientas que debemos perfeccionar, cambiar su propio paradigma forjado a lo largo de siglos: la educación, como un ciclo inicial más o menos prolongado de nuestras vidas. La educación deberá ser permanente, incesante, como parte del crecimiento cultural, civilizatorio, democrático del mundo. No hay otra manera de coordinar nuestra existencia con las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y el núcleo central de ese mundo en cambio permanente: Internet y la Web.
Si vamos a demandar más cultura, más arte, más sensibilidad, más esparcimiento inteligente, más amistad y fraternidad, relaciones humanas que asuman plenamente que nuestros enemigos comunes solo los podemos vencer aunando fuerzas y que nuestro desarrollo exige una inteligencia combinada de todos los pueblos del mundo. Y por ello las guerras, que siempre fueron un opio, ahora representan un peligro mayor, no solo por los daños directos y colaterales, sino porque minan una fuerza fundamental para las nuevas épocas: la solidaridad y la cooperación mundial.
Pueden parecer utopía, deseos de fin de año, pero hay un principio que la historia ha demostrado millones de veces: el peligro aviva al mamado. Y no podemos seguir mamados en un mar de insensibilidad, de apetitos feroces, de consumos ilimitados, de despilfarro de riquezas y bienes naturales irrecuperables y de personajes que expresan siempre lo peor de la historia, la prepotencia, el abuso del poder, el sometimiento de sus semejantes, la postergación de los derechos plenos de las mujeres.
Las civilizaciones hemos logrado niveles de conquistas en el planeta y fuera de él, en la materia y en el el espíritu que son maravillosos, basados en ese largo camino podemos y debemos seguir avanzando.