"No podemos saber qué tienen los rusos en la cabeza. No esperábamos que se apoderaron de las centrales nucleares. Y hasta que Moscú no cambie de sistema, nuestra región estará siempre en peligro. Estamos aún bajo la amenaza del invasor".
Así dice al enviado de ANSA el alcalde de Slavutich, la ciudad satélite de Chernobyl, Yurii Fomichev, en vísperas del 36avo aniversario de la catástrofe de la ex central nuclear soviética, y de la primera visita del jefe de la AIEA, el argentino Rafael Grossi, después de la invasión rusa.
Las tropas rusas se retiraron de la planta a finales de marzo, dejando mucha preocupación sobre la seguridad, y llevándose material radiactivo, computadoras y a algunos trabajadores de la central.
Durante la ocupación, cuentan en el municipio de Slavutich, la central fue dejada durante seis días sin corriente eléctrica y los técnicos fueron obligados a trabajar "hasta 600 horas de corrido" sin turnarse. "La situación era muy peligrosa. Esto es terrorismo nuclear", dice Tatyana Boyko, asesora del alcalde.
La ciudad fue construida en estilo soviético después del accidente de 1986 para alojar a los habitantes evacuados de Pripyat, que se volvió una ciudad fantasma a causa del desastre. En Slavutich, como antes en Pripyat, la vida gira en torno a la central.
"Aquí todos trabajan en Chernobyl. Mi padre trabajaba como carpintero, pero luego se sumó a una unidad de la defensa territorial", cuenta Katya, de 22 años, mientras prepara el café en el bar de la gigantesca plaza central, cuadrada y blanca, desproporcionada para un pueblo de 25 mil habitantes.
"No tengo noticias de él desde el 24 de marzo, cuando fue capturado en los combates fuera de la ciudad. Sabemos solo que está en Rusia y que está bien", agrega, sin quitar la mirada de las tazas.
También Slavutych sufrió la invasión rusa, y cuatro hombres de la defensa territorial murieron para protegerla. Y como muchos otros alcaldes de ciudades ucranianas en esta guerra, también Fomichev fue secuestrado por algunas horas, el 26 de marzo. "No sabían quién era. Fui llevado a un bosque junto a otros prisioneros, con las manos atadas detrás de la espalda, y me interrogaron".
Fomichev negoció con los rusos para preservar la pequeña ciudad y a sus habitantes, explicándoles a los soldados de Putin que en Slavutich "no había armas ni hombres armados. Solo personas que protestaban pacíficamente contra el ocupante".
"Controlaron y se alejaron del centro. Pocos días después cruzaron a Bielorrusia, y fue nuestra salvación", agrega el alcalde. Antes de la invasión, el personal de Chernobyl, dedicado sobre todo al control y el mantenimiento de la central, viajaba en tren, entrando y saliendo dos veces por día de Bielorrusia, que está a unos pocos kilómetros, dada la retorcida geografía de las fronteras.
Ahora, la ciudad, rodeada por un devastado bosque de pinos y con una única carretera sin asfaltar y fangosa que la une con el resto de Ucrania, está aun más aislada. "Con la guerra y el puente sobre el Dnepr destruido, los trabajadores de la central se ven obligados a dar un gran rodeo en torno a la cuenca hídrica de Kiev. Antes se llegaba en menos de una hora, ahora se necesitan siete", explica la consejera Boyko.
Pese al toque de queda impuesto en todo el país, Slavutych no renunció a recordar a las víctimas del desastre de Chernobyl con un minuto de silencio a las 00.23, la hora exacta de la explosión el 26 de abril de 1936, frente al sombrío memorial a un costado de la plaza. "Ahora la situación está bajo control. Esperemos que la guerra termine pronto y podamos reconstruir nuestro país", suspira el alcalde con la mirada puesta sobre la cercana frontera. Demasiado cercana.