por Esteban Valenti
La Intendencia de Canelones proporcionó hace pocos días las cifras de un relevamiento. En el territorio del departamento funcionan 100 ollas populares y 80 merenderos, desde hace más de 2 años y estiman que comen 20.000 personas por día. No hay cifras nacionales, pero algunas estimaciones parciales hablan de alrededor de 100.000 personas que utilizan las ollas populares y los merenderos.
Está claro que los niños y las madres solteras son los usuarios principales. ¿Qué pasaría si no existiera una enorme red de apoyo a la gente que no tiene recursos propios ni siquiera para comer lo básico, lo necesario para no pasar hambre?
Esas ciento de ollas populares y merenderos funcionan porque hay tres elementos básicos: primero gente con hambre; segundo gente solidaria, cientos o miles que trabajan voluntariamente para preparar la comida y las meriendas y tercero porque hay instituciones, personas, organizaciones, sindicatos que ayudan y aportan, también el Estado (gobierno e intendencias) contribuyen con alimentos.
No recuerdo en mis más de 60 años de vivir en Uruguay, ni siquiera en la tremenda crisis del 2002 y 2003 que las ollas populares fueran tantas y duraran tantos meses y hasta años.
Esa es una de las demostraciones más claras que en el Uruguay hay personas, organizaciones e instituciones diversas que son solidarias en serio, de forma constante, como parte de una sensibilidad colectiva que no tiene registros estadísticos. Pero que son fundamentales no solo para los que reciben la comida o la merienda, sino para el conjunto de la sociedad. No hacen bulla, no revolotean su sensibilidad, la practican, concretamente. Y eso es solo solidaridad y funciona con muchas personas y familias sensibles, sindicatos, iglesias, clubes deportivos y otras instituciones.
No pretendo, ni tengo los instrumentos para hacer un relevamiento numérico, ni de los que mantienen las ollas ni los que consumen en ellas.
Por otro lado, la alimentación de muchos niños y jóvenes depende de las escuelas y liceos públicos y su servicio de comedores y copa de leche. Pero ese es otro tema.
Hay gente que hace muchos meses que casi todos los días de la semana, prepara los ingredientes, muchos ingredientes para cocinar en las ollas populares. Es un gesto de solidaridad que solo tiene como reconocimiento el de sus vecinos, los que comen y meriendan allí. Es una red gigantesca de escuelas de solidaridad, de buena gente sensible que se arremanga para ayudar con su trabajo y sacrificio a sus vecinos y en especial a los niños y aporta su tiempo y su trabajo, que es mucho y que dura desde hace muchos meses.
No tengo elementos para compararlo con otros países que sufren hambre, pero estoy seguro que una parte importante de los uruguayos, demuestra de esa manera que la solidaridad se practica y no solo se proclama. Y me enorgullece.
Otra demostración de que la solidaridad funciona es que cuando a una familia le sucede una desgracia, casi siempre un incendio y los deja en la calle, se organizan campañas de donaciones, con la difusión por parte de los medios y por el relevamiento muy limitado que hice, funciona, la gente aporta cosas y plata para ayudar a reconstruir algo donde vivir. Además si no funcionara no serían tan frecuentes los pedidos de ayuda. Esa es una solidaridad sobre todo individual.
Existen además otras instancias en que se recurre a la ayuda de miles de personas para financiar causas sociales, de salud, de apoyo a familias que deben afrontar operaciones o tratamientos. Todos las conocemos y existen en todo el territorio nacional.
Debo estar olvidando muchas otras instancias en que los uruguayos, organizados o dispersos demostramos, como lo hicimos cuando en la emergencia en la ciudad de Dolores, luego del tornado.
En estas últimas semanas tuvimos contacto con algunas de esas ollas o merenderos y con personas concretas, familias concretas que son el corazón y el alma que mantienen funcionando esos mecanismos imprescindibles que no solo dan comida, dan apoyo, dan asistencia, dan calor humano para que los más desprotegidos se sientan integrados a una sociedad que no los ignora, donde hay mujeres y hombres que se sienten junto a ellos y le tienden una mano y un plato de comida.
Que en un país que produce alimentos para diez veces su población y naturalmente los exporta, haya decenas de miles de personas al borde del hambre, que necesitan durante muchos meses que funcionen las ollas populares y los merenderos, nos debería obligar a hacernos preguntas incómodas, urgente, urgidas.
Si, nos tenemos que sentir orgullosos de que hay miles de uruguayas y uruguayos que combaten una batalla diaria contra el hambre y la desesperanza de muchas familias, de muchos niños y mujeres, pero no alcanza, tenemos que ser rigurosos con las causas positivas de esa actitud profundamente humana y solidaria, fraterna y también de que no podemos ni debemos conformarnos con esta situación, el Estado, en un país con un PBI de 62.000 millones de dólares no puede, no debe esperar que las ollas populares sean eternas. Porque también son una derrota de la sociedad, un factor de debilitamiento de las familias y una acusación contra las causas que generan esta situación.