por Juan Raso
Escribo aún bajo el impacto del artículo que leí ayer domingo en El País de Montevideo sobre el caso de una trabajadora de OSE, víctima de acoso laboral, que se quitó la vida. Las periodistas Mariángel Solomita y Delfina Milder informan sobre el hecho y la reacción de la institución, mientras abren un debate sobre una temática que sigue marcando las relaciones laborales de nuestro país: la violencia en el trabajo y sus consecuencias.
El artículo periodístico se cruza con las investigaciones de los/las participantes del Diploma del Claeh en "Violencia basada en género y generaciones", cuyo Módulo sobre la violencia en el lugar de trabajo está a mi cargo.
El material de la nota informativa y los resultados de las pruebas de mi curso, muestran un aspecto que no es nuevo, pero sobre el que no había reparado específicamente: el acoso - en su vertiente sexual y moral - en la mayoría de los casos confina a la victima en la soledad: una soledad que siempre lleva a la depresión y, en casos extremos como el señalado, al suicidio; una soledad, además que la mayoría de las veces obliga a la trabajadora a abandonar su trabajo.
Cuando me refiero al acoso, acostumbro hablar de "trabajadora", porque si bien puede existir acoso sexual o moral contra ambos géneros, lo cierto es que en el 90% de los casos el acoso sexual es dirigido contra la mujer y en el 65/70% de los casos de acoso moral las víctimas también son mujeres.
Acoso y soledad tienen mucho en común, porque entre los propósitos del acosador (o lo acosadores) siempre está el objetivo de aislar a la víctima, separarla del grupo, instigar a que los demás piensen que "está loca". La misma persona acosada comienza a dudar de su propia salud mental, porque como dice la especialista Marie-France Hirigoyen, no hay nada más destructivo, que lo incomprensible.
Si bien en el acoso sexual, el agresor es generalmente un superior de la víctima, la reacción de los compañeros de trabajo contribuye a la situación de impotencia de la víctima, porque en la mayoría de los casos éstos toman distancia de la trabajadora acosada, por considerarla de algún modo corresponsable de provocar la situación. En el caso del acoso moral, los propios compañeros de trabajo pueden ser los responsables directos de la situación de violencia (hablamos de acoso "horizontal" para referirnos a aquél que se produce cuando trabajadores del mismo nivel o categorías similares maltratan y/o se burlan de un compañero de trabajo).
Cualquiera sea la situación de violencia u hostigamiento, la realidad muestra que en la mayoría de las situaciones la víctima queda sola: replegada en su soledad, aislada por ser considerada una personas disfuncional con el colectivo laboral, la víctima tiene pocas posibilidades de conseguir apoyo y solidaridad en el lugar de trabajo. El compañerismo se diluye, la incomprensión resta toda posibilidad de apoyo interno, lo que implica que la persona acosada solo puede encontrar comprensión fuera del lugar de trabajo a través de sus amistades o de la atención profesional.
Contribuye a construir un estado de desesperanza las dificultades para ver reconocida la situación de violencia en el ámbito administrativo y juridicial. No es culpa ni de la administración, ni de los jueces: la cuestión es que la dificultad de producir pruebas sobre el acoso es muy grande, ya sea porque en muchos casos el acoso sexual es una realidad "a escondidas", ya sea porque en el caso del acoso moral no es fácil conseguir testigos, especialmente cuando los autores de la violencia son los mismos compañeros de trabajo.
Hace dos meses publiqué el libro sobre el instituto del despido, dedicando sendos capítulos al acoso sexual y al moral: la investigación me permitió comprobar que son ínfimos los casos de acoso - en ambas modalidades - que llegan a nuestros tribunales; y cuando se plantean, las sentencia no son siempre favorables a la víctima, que no logró reunir suficiente prueba.
Acoso y soledad; soledad y depresión; depresión y suicidio: una escalada que debería llamar la atención de nuestra sociedad y de nuestras instituciones (Estado, empleadores, sindicatos), que siguen aprobando leyes y ratificando Convenios con poco impacto en la realidad.
Un consejo final para las víctimas de acoso: rompan las paredes de la soledad; cuenten, comenten, escriban por email a otros sobre vuestra situación y sobre la conducta abusiva. En la mayoría de los casos el hostigamiento se nutre del silencio cómplice de jefes y compañeros de trabajo. Destapar las situaciones de acoso significa también desactivar públicamente el poder de quien hostiga: el temor de "ser puesto en evidencia", puede constituir el freno necesario a la conducta violenta, pues a nadie le gusta que se descubran facetas ocultas y agresivas de su personalidad.