ROMA - El 15 de noviembre se celebrará el centenario del realizador napolitano Francesco Rosi (1922-2015), quien resumió en su obra algunas de las características sobresalientes de la cultura de siglo XX y cuya lección traspasó los límites del cine, al convertirse en modelo de rigor moral y compromiso civil.
Aquel día de noviembre de 1922, poco más de un mes después de la Marcha sobre Roma, en el barrio napolitano de Montecalvario, el calabrés Sebastiano Rosi y la ama de casa napolitana Amalia Carola saludaban la llegada de hijo mayor, Francisco, que devendría en el investigador más tenaz de la realidad en la Italia del siglo XX, el hombre que sabía usar la cámara y el ojo del cine para hallar la verdad.
"Yo sostengo, y es el método que he usado en mis películas - dijo alguna vez- que es necesario crear una cierta distancia de los acontecimientos para poder leerlos mejor y también para poder acomodarlos a tantas nociones como sea posible para acercarse a la verdad, y por esto una película requiere tiempo".
Rosi dedicó a este dogma a todo su trabajo como director, pero para entender las raíces y el valor -ético y civil- es necesario dar un paso atrás, a sus años de formación en ese Nápoles que le quedaría siempre en el corazón.
Creció en el barrio de la burguesía culta, en Riviera di Chiaia. En la playa de Posillipo, se encontró con su amigo más querido, Raffaele la Capria y fue a la escuela secundaria Umberto Primo, donde tuvo como compañeros a Giorgio Napolitano, Antonio Ghirelli, Francesco Compagna, Achille Millo, Giuseppe Patroni Griffi, Maurizio Barendson y Rosellina Balbi: dos políticos, dos showmen, tres periodistas, todos con intereses como amplia gama y todos destinados a dejar una fuerte huella en la Cultura nacional.
Tras inscribirse en la Facultad de Derecho, Rosi mantuvo un fuerte el vínculo con todos ellos. Asistían al Círculo de los Ilusos, en la calle Crispi, donde escenifican actos únicos de Patroni Griffi y del propio Napolitano, iban al teatro en Mercadante y publicaban en diarios locales.
Después de la llamada a las armas y un período de inacción en el trazo del armisticio entre italianos y aliados, Rosi fue a Milán, convocado por Ghirelli ala redacción de "Milano Sera", pero en el '46 estuvo en Roma para seguir a Orazio Costa al Teatro Quirino.
Inmediatamente después, realizó sus primeros ensayos en el teatro y en cine, convocado por Ettore Giannini.
Su ascenso en Cinecittà fue ejemplar: se inició como ayudante de dirección con su mentor, Luchino Visconti, quien en 1947 lo reclutó por consejo de Achille Millo para "La la tierra tiembla". Luego pasó por los platós de Michelangelo Antonioni, Mario Monicelli, Luciano Emmer, Godofredo Alessandrini, pero fue Visconti quien lo unió a Suso Cecchi d'Amico para el guión de "Bellissima" (1951) y luego lo llamó junto con Franco Zeffirelli como ayudante de dirección en "Senso" (1953).
Ya había madurado como para ser director y fue justamente Visconti quien lo alentó para el afortunado debut con "La sfida", que en 1958 terminó concursando en la Mostra de Venecia.
Tras un breve paréntesis en el exterior ("I magliari", con Alberto Sordi, rodado en Alemania, el año siguiente) ya se reveló como maestro y fundador de un género (el film de investigación) en 1960.
Fue el año de "Salvatore Giuliano", premiado con un Oso de Oro en el Festival de Berlín, obra con la que despertó todas las contradicciones sobre el caso del bandido siciliano, tras su muerte.
"Buscar con un film la verdad no significa querer descubri a los autores de un crimen, eso le corresponde a los jueces y a los policías, que a veces lo hacen a costa de su vida, y nuestros pensamientos de reconocimiento deben ir para ellos", expresó Rosi, en una frase que era ya un manifiesto de su estilo.
"Buscar la verdad con una película significa conectar orígenes y causas de los hechos narrados con sus efectos que son su consecuencia", agregó.
La lista de éxitos que siguió es ya conocida y se caracteriza por su sociedad con Gian Maria Volonté (hicieron cuatro películas juntos, a partir de la censurada "Uomini contro"), por la atención a los misterios italianos ("Le mani sulla cittá", León de Oro en Venecia; "Il caso Mattei", "Lucky Luciano", "Cadaveri eccellenti") y por la pasión de las grandes obras literarias firmadas por Leonardo Sciacia, Primo Levi y Gabriel García Márquez. Enamorado de Nápoles, la volverá a encontrar en las páginas de Eduardo De Filippo, a quien dedicará su única dirección teatral de la madurez, empezando con "Nápoles millonario" en 2003 y el nostálgico documental "Diario napolitano".
Le encantaba la música (hizo una deslumbrante "Carmen" en la pantalla y alguna dirección de ópera), amaba a la mujer de su vida (Giancarla Mandelli, con quien se casó en 1964, fallecida trágicamente en 2010, cinco años antes que su esposo) y a su hija Carolina, talentosa actriz y directora del hermoso retrato de su padre "Ciudadano Rosi". Especialmente su trabajo.
Para Giuseppe Tornatore fue un maestro y un padre, durante mucho tiempo. Para el cine italiano, un punto de referencia y guía.
Alto, fornido, obstinado, capaz de una sutil bondad y actitud dictatorial, es hoy una de esas figuras en las que Italia le gustaría verse reflejada y que ya no están.