por Esteban Valenti
Son dos verbos que deberían ir siempre juntos en la agenda, en el discurso y las campañas electorales. Y ambas acciones se preparan con tiempo, con paciencia e inteligencia, pero sobre todo con una visión estratégica de los grandes objetivos del país, por encima de todo.
Si el centro de toda la batalla política de la izquierda, del progresismo y del creciente malhumor ciudadano contra el gobierno en Uruguay se concentra casi exclusivamente en la denuncia de errores, burradas, políticas profundamente de derecha y horrores, como el caso Astesiano y Marset, y la supuesta filtración de documentos de Inteligencia es posible que la acumulación, los resultados e impactos sociales en la vida de la mayoría de la población y sobre todo los datos crudos de la distribución regresiva de la renta y de la riqueza sigan siendo tan malos que al final terminen hundiendo por si solos a la Coalición. Vamos por ese camino y con nuestra capacidad de asombro que se satura todos los días.
No hay una sola de las principales promesas de la campaña electoral y de los discursos preelectorales del Presidente que no sean duramente castigados por la realidad. Y se terminó la pandemia....y la guerra ya no da frutos.
De todas maneras vale una aclaración, la oposición, que a esta altura desde el punto de vista social es más amplia que el Frente Amplio y que tiende a crecer (ver las diversas encuestas, y sobre todo otear con un mínimo de atención el horizonte) puede ganar las elecciones próximas, pero también no debe cometer errores si quiere hacerlo. No será una batalla fácil ni mucho menos.
Pero sobre todo, tanto ganar las elecciones en las mejores condiciones, no solo numéricas, sino políticas y sobre todo programáticas y, por lo tanto ideológicas y culturales, es necesario construir una gran mayoría social para gobernar, para gobernar bien, para cumplir varias tareas simultáneamente, porque eso es lo que necesita el país y quiere la mayoría de los uruguayos.
Del 2025 al 2030, que con la velocidad de los cambios en esta nueva época, está a la vuelta de la esquina se trata de: cambiar profundamente el actual modelo económico y social impuesto con todos sus costos por los multicolores, de derecha y algo de centro derecha. No será tarea fácil porque van a dejar el país con profundas heridas sociales, productivas e institucionales.
Recolocar la democracia en el más amplio sentido de la palabra en una nueva etapa, de fortalecimiento, en sus estructuras, su cultura, su base educativa, su auténtica descentralización territorial y económica, y recuperar el terreno perdido en estos cinco años previos. El retroceso lo muestran cada día descarnadamente. No es solo con la nueva decadencia y la regresión del país que se deberá luchas, sino con la destrucción sistemática de derechos y espacios democráticos que está impulsando este gobierno.
La acumulación positiva de muchas décadas está siendo cepillada y erosionada por este gobierno con la batuta del lacallismo, en el puerto, en las inversiones públicas, en la educación, en el sistema de previsión social en su conjunto y en la inseguridad pública que se agrava día a día.
Habrá que gobernar en un tiempo nuevo, donde temas como el cambio climático y la lucha por la paz en el mundo y en la región ya son prioritarios. Se superarán los 100 millones de refugiados...No importa la lejanía geográfica de los conflictos, sino el sentido civilizatorio y humanista de un nuevo gobierno.
Seguirán a todo ritmo los cambios tecnológicos y culturales en el mundo del trabajo, por lo tanto del mercado y del Estado con todas sus connotaciones educativas, pero también del uso de las nuevas tecnologías para la producción y en especial la producción agro-pecuaria-forestal-lechera, chacarera y la de las nuevas tecnologías y los servicios. Se necesitan cambios de mentalidad política y de capacidad de los cuadros no repartidos por cuota, una de las peores perversiones que sufrió la izquierda y el progresismo en Uruguay y en el mundo. Necesitamos de toda la capacidad del país.
Los actuales horrores y errores en el manejo del Estado, de las relaciones internacionales toqueteadas sin profesionalismo y con euforias mercantilistas que no han dado ningún resultado a no ser en la venta de lenguas...y la imagen internacional del Uruguay luego del caso Astesiano y Marset no se reparan solo con caras nuevas, se necesita una batalla frontal y muy inteligente y una respuesta implacable del Estado.
Se necesita construir una nueva mayoría social, política y económica con amplitud y sin sentido de la exclusividad y sin renunciar a los principios y objetivos básicos de un nuevo proyecto nacional. Renovado, luego de los serios retrocesos que estamos sufriendo. Y eso incluye desde ya las actitudes de los principales dirigentes y grupos del FA.
Es inútil que proclamemos las mejores intenciones, si en el camino de dos años hasta las elecciones no avanzamos en la construcción de esa nueva realidad para ganar y para gobernar de la forma más amplia y plural posible. El ejemplo de Brasil y Chile son evidentes, la izquierda tuvo que ampliar sus alianzas, afinar su capacidad de diálogo y su amplitud y además anteponer sus objetivos sectoriales y sub sectoriales a los grandes objetivos democráticos y nacionales. Sino en ninguno de los dos casos hubiera ganado las elecciones y podría gobernar.
Si la oposición creciente a este gobierno, incluso dentro de la propia coalición, disimulada por la enorme zanahoria del poder y de las futuras elecciones, no es capaz de comprender y aprender las lecciones del pasado, el Uruguay seguirá navegando a media agua, a media vela, a medio pelo.
La posibilidad de administrar más y mejor la decadencia ya no existe, o damos un salto importante hacia el desarrollo, hacia nuevos niveles de crecimiento y de distribución de la riqueza, no solo por justicia social, sino como elemento fundamental para nuestro desarrollo sostenible, o retornamos a la decadencia del medio siglo anterior.
El Estado del bienestar es posible, adecuado al siglo XXI pero solo será una realidad si desde ahora somos capaces de comprender a fondo el nuevo mundo y el nuevo Uruguay pero valoramos los momentos fundacionales que nos dieron identidad hace un siglo y la acumulación positiva a lo largo de nuestra historia.
No son consignas, no puede ser una invocación cultural cómoda para escaparnos del presente, el Estado del bienestar, el nuevo papel de un estado REFORMADO, en particular con una reforma de sus principales instrumentos: la educación (en serio y no de forma revisionista, antidemocrátiva y administrativa); de la seguridad social en su conjunto y adecuada no solo a una visión del mercado, sino del conjunto de la sociedad y de la deuda histórica que el mundo político tiene con los niños y los jóvenes uruguayos; de la policía en coordinación con la fiscalía y la justicia y con los recursos necesarios y la mentalidad adecuada y del conjunto de sus servicios y de su burocracia. Con menos promesas y más realidades y un cambio en serio en la relación con los ciudadanos.
Confiemos en la inteligencia y la memoria de los ciudadanos uruguayos que sabrán valorar que para ganar, hay que asegurar un muy buen gobierno, ampliamente representativo de todas las sensibilidades del cambio y de un nuevo proyecto nacional. Sabiendo, que primero hay que ganar.