por PATRIZIA ANTONINI
BUENOS AIRES - En una foto final, el denominador común que une a los dos candidatos en la segunda vuelta presidencial del domingo en Argentina es el miedo. El que cada uno de ellos genera en amplios segmentos de los 45 millones de electores llamados a las urnas, en un país polarizado y azotado por una de las peores crisis económicas de su historia.
Será un desafío a la última votación. Por un lado, está el ultraliberal Javier Milei, al frente de La Libertad Avanza, que responde al voto de protesta, con millones de argentinos que para dar vuelta la página y acabar con la "casta" del peronismo kirchnerista de izquierda, a los que responsabiliza de una inflación que se dispara al 140% y una pobreza del 40%, están dispuestos a ponerse en manos de un político inexperto de derecha, apodado "el loco".
Del otro lado está Sergio Massa, el peronista moderado de centroizquierda de la Unión por la Patria, que en una trayectoria de treinta años ha pasado por diversas fases, desde el liberalismo de derecha hasta convertirse en el actual Ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández. Massa, que intenta acceder por segunda vez a la Casa Rosada, emerge cercano para quienes están dispuestos a hacer concesiones para frenar la ola antidemocrática de su adversario anarcocapitalista.
En el medio están los "huérfanos", los indecisos, considerados como el verdadero equilibrio. Si es cierto que en las elecciones generales del 22 de octubre Massa sorprendentemente obtuvo el 36,7% de los votos, frente al 29,9% de Milei, también lo es que el 33,24% de los electores no votó por ninguno de los dos candidatos. Y, pese a una participación del 77% del electorado, se registraron un 21% de votos en blanco, según revela un estudio del Focus Group de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
En este contexto, el candidato de la Unión por la Patria, en las últimas semanas de la campaña electoral, intentó convencer a los indecisos con mensajes de distensión, prometiendo superar las divisiones políticas con un "gobierno de unidad nacional" y pidiendo "un voto útil" para salvaguardar el país que el día de la toma de posesión del nuevo gobierno, el 10 de diciembre, celebrará sus primeros cuarenta años de democracia ininterrumpida.
El líder de La Libertad Avanza, en cambio, al frente de un grupo en el que destacan negacionistas de la dictadura como su diputada Victoria Villaruel, ha centrado la tensión. Y siguiendo el guion del expresidente soberanista brasileño Jair Bolsonaro, de quien es amigo, en su acometida final cerrada con una mega manifestación acompañada de 50 mil personas en Córdoba, el principal bastión antikirchnerista de Argentina, se mostró más agresivo, lanzando acusaciones y planteando el fantasma de un "fraude electoral".
Precisamente para afrontar posibles disputas, si la victoria realmente se peleara hasta el último momento, como revelan las encuestas, la proclamación del nuevo inquilino de la Casa Rosada podría aplazarse para los próximos días, a la espera del recuento oficial, que comenzará 48 horas después del cierre de las urnas, en un clima de inevitable nerviosismo creciente.