por ESTEBAN VALENTI
No debería ser una pregunta exótica, de ocasión, fuera de época. Responde a una definición de Karl Marx de que "las revoluciones son las locomotoras de la historia". Por lo tanto, incluye si ¿la historia se ha paralizado o enlentecido?
Según Marx la historia es la lucha de clases. Esta teoría sostiene que el conflicto entre clases sociales ha sido la base de los hechos que han dado forma a las sociedades.
Karl Marx fue quien popularizó el concepto de lucha de clases en el mundo contemporáneo. Marx propuso que las tensiones de la lucha de clases impulsaban la rueda de la historia, generando progreso y cambio social.
E incluso en esta época tan contradictoria y donde emergen nuevamente principios tan reaccionarios, la creciente acción de la derecha y sobre todo la ultra derecha en Europa, Estados Unidos, América Latina y Asia que incluso toman el poder en sus países y proclaman el fin definitivo del socialismo y de toda idea colectiva y comunitaria de progreso y desarrollo, hay que formularse preguntas muy incómodas. No rozar la superficie de la dura batalla cultural.
El dilema para la izquierda es si elige que la base de esa batalla cultural es a corto plazo y renuncia a la idea fundante de su nacimiento, la revolución y nos refugiamos en la revolución de las pequeñas cosas, desde ese punto de partida habremos perdido la batalla irremediablemente.
Si efectivamente y asumiendo que la idea original del socialismo terminó en la mayoría de los países en un gran fracaso, negando su propia génesis y los valores del humanismo, abandonamos toda idea estratégica que ponga en discusión el capitalismo, el mundo global actual y renunciamos definitivamente a la revolución, será un repliegue tan profundo que el neofascismo habrá triunfado en disputarnos el futuro y será la decadencia final de la base de las ideas de izquierda, incluso en su diversidad.
Nacimos de una revolución que se atrevió a derribar al "dios rey" en Francia y barrió sus leyes, sus instituciones, sus privilegios, su historia, su iglesia y le dio a los seres humanos una libertad y una forma de organización política que nunca habían tenido. La Revolución Francesa.
Hoy la palabra revolución ha sido bastardeada, hoy está en todos lados, la revolución tecnológica, industrial, cultural, sexual, es una forma de vaciar de contenido una idea central de la izquierda y de la historia de los siglos XIX y XX. Hoy revolución es solo parte del marketing.
El eje de la batalla cultural del neofascismo e incluso de la derecha es hundir la revolución en el pasado. La izquierda debe volver a asumir que la revolución está en el presente y sobre todo debe estar en el futuro.
En este siglo se han producido varias revoluciones, por ejemplo en el mundo árabe, la ocupación de Wall Street y Black Lives Matter en los Estados Unidos y en España, Grecia, Francia en Europa, no eran solo huelgas sindicales, sino profundos reclamos de cambios políticos, cuestionaban el orden establecido, con un profundo sentido político. Las consecuencias de esos movimientos, marcan la diferencia entre revolución y rebelión.
Las revoluciones del siglo XX comenzaron y estuvieron marcadas por la Revolución Rusa, que estuvo, así como otras revoluciones, asociada a la guerra, como la española, la vietnamita, la China, la cubana, la albanesa, la yugoslava, la derrotada militarmente en Grecia, en Nicaragua, en Corea y que tuvo además de una componente militar fundamental, con sus estructuras de mando, construyó un cuerpo doctrinario y un movimiento mundial, el comunismo.
Antes hubieron otras revoluciones, en Francia, la Comuna de París, las revoluciones europeas de 1848, pero la Revolución Rusa introdujo un nuevo paradigma, la militarización de la revolución, de la práctica y de la teoría de la revolución. Básicamente un ejército al poder, con sus jerarquías, su disciplina y eso tuvo enormes y trágicas consecuencias para el comunismo y para la revolución.
La transformación de esos países con una revolución-militarizada, también en América Latina, como en Cuba y en Nicaragua, involucionaron hacia formas de negación de las libertades, de burocratización y jerarquización total del poder y en definitiva en un gran fracaso, cada día más aislado y más evidente para su propio pueblo y para los que huyen de su territorio.
Debemos aceptar el reto de construir otro paradigma revolucionario, si nos anclamos en ese viejo proyecto estamos condenando la búsqueda de la revolución a un gran fracaso y al avance de las ideas de la derecha, que nos impone renunciar totalmente a los conceptos fundacionales de la Revolución Francesa y a las ideas de Marx que definiera como las locomotoras de la historia. Esto no implica asumir acríticamente todo el ideario de Marx.
Si las luchas de clases es el motor de esas locomotoras y asumiendo que los seres humanos no se definen solo por sus relaciones de producción y cambio, sino que hay que considerar sus sensibilidades, su cultura, también debemos asumir a fondo que las clases sociales han cambiado y están cambiando, pero no podemos cambiar a los diversos sectores de trabajadores actuales por los LGTBI. Es una derrota en toda la línea, como lo es abandonar que el objetivo fundamental en ese plano es la igualdad completa de mujeres y hombres. Y que para ello no hay atajos. Eso es el feminismo revolucionario.
Una cosa es elaborar programas políticos para una coyuntura de gobierno de cinco años o algo más y otra es confundir ese programa con el pensamiento estratégico, sin el cual dejamos de ser izquierda, y la derecha y la ultraderecha nos derrotan en nuestro propio territorio.
No se trata de reeditar ideas de hace más de un siglo, eso es contra revolucionario, no es de izquierda, sino incorporar los cambios que se han producido en las sociedades, en las clases sociales, en los nuevos peligros para la existencia de la especie y de todas las especies sobre la Tierra, sino de elaborar nuevamente el concepto de la revolución, que se integra a las reformas, a los pasos sucesivos y sobre todo a los objetivos de fondo.
La construcción teórica, política e histórica de nuevos paradigmas es fundamental para la existencia de la izquierda, para dotarse de una épica y de un nuevo humanismo, que incorpora a los temas siempre vigentes de derrotar la acumulación cada día más escandalosa de la riqueza y del poder y del capital, la salvación de la naturaleza, la igualdad de derechos entre mujeres y hombres y una moral exigente y cristalina en el manejo del Estado. Todo eso es fundamental para producir un cambio profundo en el imaginario colectivo, que es en definitiva el resultado de la batalla cultural.
Por lo tanto es una batalla que va más allá de la economía y la política, que se libra en la cultura, en las artes, la pintura, el teatro, el cine, la literatura, la música, en la estética, en las relaciones entre las personas, son momentos en que los pueblos subalternos asumen su fuerza transformadora y actúan un cambio en la historia y en base a la experiencia histórica de éxitos y de fracasos elevan la libertad colectiva e individual a un nuevo nivel.
La izquierda no puede refugiarse en la lucha por los derechos de las minorías o incluso de las mayorías, debemos sostener en alto las banderas de un mundo justo, humano, donde el Estado no sea el opresor y con una casta de burócratas al servicio de los grandes poderes y de ellos mismos.
No podemos desbordarnos de diagnósticos sobre la injusta y terrible acumulación de riqueza en unos pocos y la miseria en miles de millones de seres humanos, hay que concebir alternativas, que cada día se asocian más a una nueva civilización, con otros niveles de consumo, de bienestar, de cultura, de paz, de convivencia. No por razones humanitarias solamente, sino para construir un futuro sostenible y posible.
La historia es implacable en sus lecciones, en las batallas culturales no hay empates, el surgimiento del neofascismo y sus monstruos debemos asumirlo como una derrota y un desafió nuevo, donde no podemos simplemente defendernos con una catarata de adjetivos y un cerco de lugares comunes, sino asumiendo que tanto a nivel teórico, filosófico, como político debemos despertar de un largo letargo y romper con el concepto que se puede y se debe flotar y hacer la plancha.
Las revoluciones siguen siendo banderas del futuro y no solo lecciones del pasado.