Gente d'Italia

La felicidad, ¿existe?

por ESTEBAN VALENTI

La felicidad es un traje a medida de cada uno. Puede haber momentos de felicidad colectiva pero cada uno se la calza a su medida.

 

Los estados de felicidad son una ilusión, en realidad la felicidad son instantes que duran de acuerdo a cada uno de nosotros y de los que nos precedieron.

Para que exista la felicidad, momentánea, furtiva, tiene que existir la infelicidad y muchas veces la felicidad comporta también una cuota de dolor.

No hay ninguna campaña política electoral o gobierno que en algún momento no nos ofrezca la felicidad y la creemos.

La felicidad es una realidad personal conectada a situaciones sociales o hechos internacionales, nacionales, deportivos, de la salud, la familia o los amigos y la mayoría son situaciones que nosotros construimos.

El fin de una guerra, es un momento de felicidad, sobre todo si triunfaron los justos. Y eso depende de cada uno. Nunca hubo justos iguales para todos.

Felicidad fue el fin de la pandemia hace muy poco, con muchas y muy dolorosas cicatrices.

La felicidad viene acompañada a veces con heridas que todavía sangran.

No todos tenemos las mismas medidas de la felicidad, por eso es estrictamente a la medida.

El nacimiento de mis hijos primero, de mis nietos y mis bisnietos fueron momentos de gran felicidad. Por suerte fueron muchos y ahora todos los días antes de acostarme voy al escritorio donde tengo tantas y tantas fotos de todos ellos que siempre me emocionan y me dan un instante de felicidad al final de la jornada.

Mi reencuentro con mi padre después de 28 años fue contradictorio, pero al final fui feliz.

Mi amor por Selva, sobre todo cuando estamos realmente bien a lo largo de estos 35 años me han hecho y me hacen feliz. Y es una felicidad combativa.

Las varias semanas de turismo pasadas en Villa Serrana con un batallón de niños, adolescentes y parientes siempre fueron un gran esfuerzo sobre todo para Selva y una larga felicidad. Sobre todo, inventando y contándoles cuentos.

El fin de la dictadura fue para mí una de las mayores felicidades de mi vida. La recordaré siempre. En especial aquel 20 de diciembre de 1984 que pisé nuevamente suelo uruguayo con el colorado Echave, me esperaban mi familia, mis compañeros y mis amigos en el aeropuerto.

Por el camino de salida de la cárcel de Libertad llegaron los presos políticos liberados, venían pelados, flacos con sus bultitos y me recordaron la película Roma ciudad abierta y me hicieron muy feliz. A muchos los conocía personalmente.

Mis casamientos fueron momentos de felicidad, aunque en todas las fotos aparezca con cara de perro. El amor puede proporcionar los instantes más apasionados de felicidad y los mayores dolores de infelicidad, por eso ocupa un espacio tan grande en nuestras vidas.

La política me dio momentos de felicidad, de triunfos, de logros colectivos y también grandes, enormes desilusiones y largas infelicidades y de derrotas. La traición es lo contrario, es absolutamente lo contrario de la felicidad.

Las comidas con la familia o con amigos sobre todo si cocinamos juntos con Selva, son una felicidad, que trato de repetir.

Hay momentos en los viajes, en los descubrimientos que causan felicidad, seguro que no son los vuelos. Volver a Roma más que nada, es de la ciudad que después de Montevideo tengo más recuerdos. Y por obligada y lejana memoria volver Palermo, Sicilia. Me emocionan rincones de Buenos Aires, otros me amargan.

Bañarme cada mañana y tener agua caliente, una buena toalla, todos los días me sirve para rescatar un segundo de felicidad, porque me acuerdo cuando de niño mi hermano y yo nos bañábamos en un latón con un frio sin piedad y sin puerta.

No voy a ser hipócrita la felicidad son también cosas pequeñas. Cuando teniendo 7 años descubrí en Buenos Aires, un mes de enero con un calor asolador que existía el aire acondicionado en la oficina de Italmar. No podía creerlo.

El día que regresé a Roma luego de un largo periplo desde Buenos Aires y me encontré con Ana y mis tres hijos, Pablo, Claudio y Andrea Verónica, fue un día muy feliz.

Cuando me reúno con compañeros, viejos compañeros con los que compartimos solo ideas, a veces comunes o diversas, un plato de lentejas o un asadito, me lleva a otro tiempo, me rejuvenece y me hace feliz.

Cuando termino o presento un libro me siento feliz.

Hay ciudades que me hacen feliz por razones totalmente diferentes a las que mencioné antes y que seguramente cada uno tiene sus lugares, Venecia, Moscú, México DC,  Washington DC, donde vivía mi hijo Pablo y viven dos de mis nietos, Luca y Allegra y su mamá Paula, Río de Janeiro donde vive mi nieto Theo y su mamá Renata.

Hay libros que me han hecho feliz, otros te dejan una brizna de felicidad o de amargura, otros pocos libros no te dejan nada.

Hay músicas que siempre te dan un instante de felicidad. De estilos muy diversos. Para mi lejos totalmente de las modas.

Hay sabores qué por un instante, un segundo, te transportan a la felicidad de los sentimientos, lo mismo que algunos vinos. Pocos y seleccionados y te quedan en la memoria.

El primer día de clase en el segundo año del Liceo No. 10 Carlos Vaz Ferreira, me hizo feliz, era la primera vez en mi vida que iba dos años al mismo centro de estudio. Una sensación distinta.

Las salidas del sanatorio, siempre de la mano de Selva me han hecho feliz y han sido unas cuantas.

Las buenas noticias sobre parientes, amigos, compañeros que superaron un trance de salud también me han hecho feliz y lo contrario son de los peores golpes de la vida.

Si triunfa Uruguay en futbol se puede decir que he sido y soy feliz. Un poco fanático, es la única camiseta por la que soy fanático y también la sufro.

Cuando me avisaron que había ganado el concurso y que entraba a trabajar con 15 años a CODARVI (Cooperativa de Artesanos del Vidrio) fue un día feliz. Cuando me tuve que ir porque me iba a buscar muy seguido la política (el comisario Lucas), después del golpe de Estado, fui muy triste e inseguro.

No voy a ser hipócrita, es tarde para eso, cuando le compré mi primer auto, un Citroen 2CV por 800 dólares al decano de Humanidades Mario Otero que estaba exiliado en Buenos Aires, me sentí feliz. Después fueron todos mejores, pero solo fierros.

El día que en el Congreso del PCU y con 19 años me eligieron para integrar al Comité Central también me sentí feliz. Y con 16 años el CC de la UJC. Ni cerca de la amargura cuando me fui del Partido.

Cuando tuve un grave incidente en pleno centro de Buenos Aires con la policía argentina y logré zafar porque no me paralicé a pesar de mis miedos y corrí suficientemente rápido. Fui feliz y estoy vivo.

Cuando ganamos la mayoría de las asambleas de la Convención de la CESU y en 1971 la de la FEUU también me sentí feliz y las últimas elecciones ganadas durante la dictadura, las elecciones universitarias del 11 de febrero de 1973. Nos duró nada, fue el día del golpe en Chile.

Cuando unos poquitos hicimos la campaña de comunicación por el SI contra la LUC, casi los mismos que hicimos la campaña contra la venta de las empresas públicas y una parte de la última campaña electoral por Orsi y el Frente Amplio, Selva, Diego y Julio, también tuve un momento de felicidad.

Disculpen el desorden, fui escribiendo a medida que me venían a la memoria, por lo tanto, comprobé una vez más que la felicidad no siempre es igual, tan intensa o profunda, la vida no es una suma de felicidades, sino de contradicciones.

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