por MARÍA SOLEDAD BALSAS

El 10 de diciembre de 2023 Javier Gerardo Milei asumió la presidencia de la República Argentina. Entonces, no se sabía que tenía orígenes italianos. Tampoco resultaba inscripto en el Registro de los Italmileianos Residentes en el Exterior (AIRE, por su sigla en italiano). Un año después, Milei detenta de pleno derecho la doble nacionalidad. Aunque la Constitución no lo impida, resulta un acontecimiento simbólico sin precedentes, por lo menos en la Argentina, que invita a la reflexión. ¿Por qué habría de solicitar el primer mandatario ser reconocido como nacional de un país extranjero en plena vigencia de su gestión de gobierno? ¿A quiénes representa el presidente?

Francesco “Chicho” Milei partió de Cosenza, Calabria, rumbo a la Argentina en 1926. Lo que convierte a su nieto Javier Gerardo en el segundo presidente de la Nación de origen calabrés en la última década. Una coincidencia estadísticamente probable dado que las y los calabreses representan uno de los grupos más numerosos de residentes italianos en la Argentina. Pero si se considera que ningún descendiente calabrés habría llegado a gobernar ninguno de los países en los que la migración calabresa se asentó históricamente, entre los que se cuentan Alemania, Inglaterra, Canadá y Australia, constituye una particularidad del todo argentina. Mauricio Macri llegó al sillón de Rivadavia con un pasaporte en cada mano; el reconocimiento formal de la doble nacionalidad de Milei se produjo, presumiblemente en tiempo récord, ya siendo el jefe del Estado argentino.

Il presidente degli argentini

El artículo 89 de la Carta Magna establece como requisito para ser elegido presidente de la Nación “haber nacido en el territorio argentino, o ser hijo de ciudadano nativo, habiendo nacido en país extranjero”. Lo que excluye a las y los argentinos por opción sin ascendencia argentina, como el exdiputado argentino nacido en Colombia Francisco De Narváez. Pero la Ley de leyes argentina habilitaría técnicamente a Caio Giulio Cesare Mussolini, bisnieto de Benito, nacido en Buenos Aires el 4 de marzo de 1968 y criado en Venezuela, a ser candidato a presidente –o vice– de todas y todos los argentinos. Paradojas del ius soli, que, como se ve, tampoco es perfectoMussolini, que fue candidato al Parlamento Europeo en 2019, se graduó en 2004 como politólogo en la Università degli Studi di Trieste, Italia, con una tesis sobre la influencia social, económica y política de los italianos en la Argentina en los siglos XIX y XX.

Más aún, la Constitución no hace referencia alguna a la presunta incompatibilidad de ejercer el más alto cargo del Estado con la eventual posesión de la carta de ciudadanía de un país extranjero, como es el caso de Milei, y lo fue antes de Macri. Lo que señala la existencia de un interesante vacío legal, que podría llegar incluso a repercutir sobre el máximo interés del Estado en el no tan hipotético caso de controversia jurídica, política y/o comercial con Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, España, Estados Unidos, Honduras, Italia, Nicaragua, Noruega, Panamá y Suecia, países con los que la Argentina tiene convenio de doble nacionalidad. Imaginemos por un momento el conflicto de intereses que se hubiese podido crear en el marco del enfrentamiento entre Javier Milei y Pedro Sánchez, actual presidente de España, que llegó incluso a retirar a su canciller de la Argentina, si en vez de italiano Milei resultase ser un súbdito del Reino de España…

Tampoco la Constitución de Brasil fue un obstáculo para que el ultraconservador Jair Bolsonaro, descendiente de inmigrantes vénetos y toscanos, aspirara con éxito a ocupar la presidencia de su país. Por otra parte, nada impediría que Milei, Macri, Bolsonaro y hasta el bisnieto argentino de Benito Mussolini llegaran a convertirse en protagonistas de la política transnacional, la que se teje entre el Parlamento italiano y la repartición de América Meridional de la Circunscripción Exterior, que supo tener un peso decisivo en las elecciones italianas. Un fotomontaje publicado el 20 de noviembre de 2023 en Ámbito Financiero, que ilustra un artículo que lleva la firma de Eugenio Sangregorio –también calabrés–, cuya foto en primer plano se sobrepone a la imagen de fondo del por entonces candidato electo Milei, con el hashtag #ItaliaSosVos y el símbolo a la derecha de la Unión Sudamericana de Emigrantes Italianos (USEI), que Sangregorio lidera, busca capitalizar esta idea.

Las bondades del pasaporte rojo

Nada parece librado al azar cuando se descubre que en un artículo aparecido en 2013 en la revista Noticias a propósito de la publicación de su libro Yo no me quiero ir, Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado –metáfora de la motosierra de Milei– sin vínculo aparente con la italianidad, había sugerido que “Argentina podría ser Italia”. Parecerse a Italia implica también dejar morir a hombres y mujeres, jóvenes y adultos, en las aguas del Mediterráneo… Aun en un panorama demográfico adverso.

Por entonces, en el marco de un discurso político latinoamericanista, algunos académicos y académicas argentinos asumían que sobre la italianidad en la Argentina estaba ya todo dicho. Acaso sirva como indicio de respuesta a la pregunta acerca de cómo y por qué hemos llegado hasta aquí, que hoy resuena como un mantra. El argumento era que en lugar de seguir investigando la presencia europea, había que pagar la “deuda histórica” con los grupos invisibilizados de la narrativa hegemónica sobre las migraciones en la Argentina hasta bien entrado el siglo XX. Desde la perspectiva de los estudios sobre las mafias, no quedan dudas de que una cosa no quita la otra: un modo alternativo de “pagar” esa “deuda” es sin duda poniendo en evidencia los aspectos más incómodos y controvertidos inherentes a la presencia italiana. Ni blanco ni negro, que no es sinónimo de “tibieza”; lo que a todas luces necesitamos es un relato desprovisto de sesgos.

Desde este punto de vista, cierta retórica “progresista” italiana, que ve a las y los italianos en la Argentina como “fardelli [carga, peso, lastre] d’Italia“, en evidente tensión con el nombre del partido Fratelli d’Italia que preside Giorgia Meloni, inspirado en el himno de Goffredo Mameli, carece de todo fundamento. Aunque no existan datos fehacientes, solo una pequeña proporción de esos “intrusos e intrusas” –¡incluidos dos presidentes!– que ingresan por la ventana a la comunidad imaginaria de la nación presionando sobre las representaciones diplomáticas e incrementando un gasto público que tiende a cero, emigra efectivamente. Y entre quienes lo hacen, las y los que eligen Italia son comparativamente menos con relación a otros destinos dentro de la zona Schengen, que abolió las fronteras internas entre varios países europeos. El principal atributo del pasaporte rojo parece ser entonces un efecto placebo, similar al del “botón de emergencia” en caso de turbulencias.

¿Podría ser este el caso también de Milei, que acumula pedidos de juicio político? Quién sabe. Como sea, no habría que perder de vista que en cuarenta años de democracia, la Justicia argentina no logró la extradición de Carlos Luis Malatto y Franco Reverberi por juicios de lesa humanidad. Ambos residen en Italia desde hace varias décadas.