Una escena bajo los ojos de los fotógrafos que, como un relámpago, da la vuelta al mundo: el papa Juan Pablo II se desploma en el Papamovil, mientras realiza un paseo entre los fieles por la plaza San Pedro, antes de la audiencia general.
Alguien, entre la multitud, le disparó dos tiros y el pontífice es trasladado al hospital moribundo. Era el 13 de mayo de 1981.
El hombre que disparó era Ali Agca. Pero, ¿quiénes lo mandaron? ¿Cuál era el objetivo de ver al pontífice derrumbarse por los tiros de pistola? A cuarenta años de distancia el atentado a Karol Wojtyla permanece sustancialmente irresuelto del todo.
El pontífice, entre grandes sufrimientos, sobrevive a aquél atentado y llevará la bala a la Virgen de Fátima, que es celebrada justamente el 13 de mayo y que, según el propio Wojtyla, lo salvó: "Una mano disparó, otra mano desvió el proyectil", dijo una vez el propio pontífice polaco.
Que el papa Juan Pablo II se pudiera salvar de este atentado no lo creían ni los propios médicos del Policlínico Gemlli adonde fue trasladado.
"Los mismos médicos que efectuaron la intervención, con Francesco Crucitti a la cabeza, me confesaron que lo atendieron sin creer en la supervivencia del paciente", dijo recientemente el cardenal Stanislaw Dziwisz, el histórico secretario de Wojtyla.
El médico personal del Papa, el doctor Renato Buzzonetti, en aquellos trágicos momentos, pidió a Dziwisz impartir al Papa la unción de los enfermos.
La operación duró casi cinco horas y media. Fue un éxito. El Papa estaba a salvo.
Enseguida tras el atentado en la Plaza San Pedro fue arrestado Mehmet Ali Agca, el joven turco que disparó al Pontífice y, además, fue hallada la pistola que usó, una Browning.
Juan Pablo II está aún entre la vida y la muerte, se pregunta quién está detrás del atentado: parece improbable que los "Lobos grises", la organización terrorista turca de la que Ali Agca forma parte y que tiene su base en Bulgaria, haya podido, por sí sola, organizar la acción.
El 27 de diciembre de 1983 el Papa Wojtyla, en la cárcel romana de Rebibbia, visitó a Agca y lo perdonó. El agresor, en el curso de los años y de varios procesos, dio tantas versiones, a menudo contradictorias e inverosímiles para confundir lo más posible a la opinión pública.
Las investigaciones contaron con las pistas más diversas, pero, a 40 años de aquel atentado, no existe aún una verdad cierta.
De seguro, Wojtyla era "incómodo" al Este europeo ligado a doble filo de la Unión Soviética. Pero pruebas en esta dirección nunca fueron encontradas.
Y de aquel día queda una camiseta blanca ensangrentada y agujereada por los proyectiles. En la capilla del Instituto de las Hijas de la Caridad, en Boccea, barrió periférico de Roma, conservada en una vitrina.
La reliquia sobrevivió gracias a la prontitud de una enfermera que, en la sala de operaciones, la arrojó a un rincón.
Anna Stanghellini, así se llamaba la enfermera jefa de sala, muerta en 2004, tuvo por algún tiempo aquella "preciosa" camiseta en su armario.
Pero, luego, en 2000, el año del Gran Jubileo, la donó a las monjas, en las que hizo un período de postulado: había elegido otro camino al del convento, pero permaneció muy ligada a las monjas con las cuales eligió para vivir los últimos años de su vida.